SÁBADO,
14 DE DICIEMBRE DE 2013
Suplemento futuro
Por Rodolfo Petriz
“Darcy
decía que las dos personas más inteligentes que conoció eran Oscar y él mismo.
Oscar era una máquina de pensar, lamentablemente murió muy joven, a los 56
años. La muerte lo sorprendió en fase de supernova: en plena explosión de su
poder creativo”, rememora el brasileño Carlos Senna Figueiredo, antiguo
colaborador de ambos intelectuales.
Darcy era
Darcy Ribeiro, antropólogo brasileño fallecido en 1997 y uno de los intelectuales
latinoamericanistas más relevantes del continente; Oscar era el argentino Oscar
Varsavsky, licenciado en química, especialista en física cuántica y uno de los
matemáticos más brillantes de su generación.
Pero
Varsavsky fue mucho más que estos fríos datos que aparecen en cualquier reseña
biográfica. Este profesor universitario fue un rara avis dentro de las llamadas
ciencias duras, ya que en su persona se combinaban una infinita capacidad para
el trabajo científico con una visión radicalmente crítica acerca de los
objetivos y los métodos que adoptaba la investigación científica en los países
subdesarrollados como el nuestro.
Esta
actitud le valió entre sus colegas tanto apoyos incondicionales como rechazos
enconados. “En su momento no hubo laboratorio de la Argentina que no discutiera
sus ideas”, señaló Marcelino Cereijido en La nuca de Houssay.
¿Cómo era
Oscar Varsavsky? ¿Por qué sus ideas fueron tan polémicas en su tiempo?
CIENCIA POLITIZADA
El
objetivo de estos investigadores era ofrecer respuestas a algunos interrogantes
esenciales: ¿cómo poner la ciencia y la tecnología al servicio del desarrollo
social de un país periférico como el nuestro? ¿Qué lugar debe ocupar la
universidad en ese proceso? ¿Cómo se relacionan la ciencia y la ideología
política?
A este
grupo de científicos, entre los que se contaban Jorge Sabato, Amílcar Herrera,
Rolando García y Manuel Sadosky, perteneció Oscar Varsavsky.
Desde muy
joven Varsavsky defendió ideas socialistas dentro de la Universidad de Buenos
Aires. A principios de los años ’40 formó parte del grupo de Aráoz, una
experiencia de vida comunitaria que tuvo su centro en una casa de la calle
Aráoz, en Capital Federal. Allí se juntaban para estudiar y debatir sobre el
futuro del país jóvenes artistas e intelectuales de izquierda que vislumbraban
una sociedad más solidaria y con menos desigualdades.
Si bien
Varsavsky siempre fue muy crítico con los modernos sistemas de producción y
consumo –“La sociedad actual es demente, inmoral y suicida”, escribió en
Estilos tecnológicos, uno de sus libros más famosos–, su pensamiento pasó por
diferentes etapas a la hora de apreciar la relación de los científicos
argentinos con los problemas nacionales.
En 1958,
Varsavsky se reintegró a la Universidad de Buenos Aires (UBA) –en la que había
trabajado hasta 1954– como profesor del Departamento de Matemática de la
Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y miembro del Consejo Directivo
durante varios años.
Durante
esa etapa, se instaló en la UBA el debate sobre cuál debía ser la misión de la
ciencia en la sociedad. Un sector de los estudiantes criticaba una actitud
docente, a la que llamaron cientificismo, que según ellos promovía el elitismo
científico, la realización de investigaciones inútiles para el medio local y la
búsqueda de financiamiento en el exterior.
Varsavsky
fue un feroz adversario de la postura cientificista ya que, según sus propias
palabras, “cientificista es el investigador que se ha adaptado a este mercado
científico, que renuncia a preocuparse por el significado social de su
actividad, desvinculándola de los problemas políticos”. Esta postura lo llevó a
continuas polémicas con gran parte de sus colegas universitarios.
“A
mediados de la década del ‘60, Oscar comenzó a ponerse muy radical. Vislumbraba
los grandes problemas de la ciencia pero su posición fue aislada. No hubo
profesores que lo secundaran. El veía más allá, representaba el compromiso a
largo plazo”, revela Sara Rietti, doctora en química nuclear y discípula de
Varsavsky.
Esta
radicalización en su pensamiento coincidió con la profundización de las luchas
populares que tuvieron lugar tanto en la Argentina como en otras regiones de
Latinoamérica y el mundo. En este contexto, Varsavsky realizó una defensa
encendida de la figura del científico rebelde o revolucionario, aquel que
produce ciencia en beneficio de la liberación del pueblo y con un profundo
sentimiento antiimperialista. “La misión del científico rebelde es estudiar con
toda seriedad y usando todas las armas de la ciencia los problemas del cambio
social, en todas sus etapas y en todos los aspectos teóricos y prácticos. Esto
es hacer ciencia politizada”, escribió en aquellos años.
Así,
Varsavsky fue un referente intelectual para toda una generación de
investigadores, tanto de las ciencias naturales como de las sociales, que
encontraban en sus ideas las bases sobre las cuales edificar una ciencia al
servicio de las necesidades del pueblo, una ciencia al servicio de una
revolución social.
RADICALIDAD, IMPACIENCIA Y GENEROSIDAD
“La
primera imagen que me viene de Oscar me devuelve aquel hombre grande y feo, con
toda la figura de un gringo bruto. Imagen que se deshacía cuando empezaba a
platicar. Tuve pocos amigos o colegas con quienes pudiera pensar al mismo ritmo
e igual compás como me ocurrió con Oscar, quizás ninguno. Había en aquel
matemático y químico que se construyó como humanista algunas cualidades raras
de las que me acordé siempre. Su radicalidad y autonomía de pensamiento que iba
al fondo de las cuestiones con el coraje de repensarlo todo. Su impaciencia con
los idiotas, los perezosos, los charlatanes y los dogmáticos, que le hacían
sudar de disgusto. Su postura solidaria de identificación total con el gran
pueblo humilde, mudo y sufrido de América latina. Esta combinación de
radicalidad, impaciencia y generosidad se cimentaba con la fe más inocente en
que este mundo es arreglable”, escribió poco tiempo después de su muerte Darcy
Ribeiro, con quien Varsavsky trabajó a principios de los años ’70 en el Centro
de Estudios de Participación Popular, en Perú.
Varsavsky
fue el introductor en la Argentina y Latinoamérica de la aplicación de modelos
matemáticos al análisis de la realidad social. A principios de la década del
’60 hizo el primer modelo económico global de Argentina, el Meic (Modelo
Económico Instituto de Cálculo). Algunos años más tarde, entre 1967 y 1968,
elaboró otros modelos matemáticos para ver la viabilidad de ciertos tipos de
sociedades cercanas a propuestas utópicas. Su objetivo era analizar
científicamente la posibilidad de encarar formas de desarrollo social
alternativas a las vigentes en ese momento.
“Oscar
era muy crítico, y los otros intelectuales lo conocían y lo respetaban a pesar
de eso. También era muy rígido desde el punto de vista de los principios”,
destaca Rietti. “Me acuerdo de que tras el golpe de Onganía, cuando estábamos
en el Centro de Estudio en Ciencias –un grupo de discusión y trabajo sobre
temáticas sociales y políticas referidas a ciencia y tecnología–, entró un
grupo del peronismo. Oscar cuestionó eso y yo le dije ‘nos peleamos con los
peronistas, nos peleamos con los comunistas, ¿quién puede ser un lugar de
apoyo?’. Eso no le importaba, en cambio yo tenía una mirada más política.”
Alfredo
Eric Calcagno fue un buen amigo de Varsavsky. “Era una persona excepcional, un
tipo que vivía de acuerdo con lo que pensaba. Cuando yo estaba a cargo de la
Cepal de Buenos Aires lo contraté antes del golpe del ’76 para que hiciera un
modelo de experimentación numérica sobre la economía argentina. El cobraba su
sueldo pero yo conseguí más plata de la ONU para asignar a ese trabajo y le
dije ‘mirá, Oscar, te subo el sueldo’; ‘no quiero que me subas el sueldo’, me
contestó, ‘va a ser muy alto y puede ser un problema si en algún momento tengo
que mandarlos a la mierda porque hay algo que no me gusta en lo que están
haciendo’”, cuenta Calcagno.
ESTILOS TECNOLOGICOS
La
propuesta de desarrollo social de Varsavsky se estructura sobre dos ejes bien
definidos: la postulación de un modelo de organización económico-socialista y
la defensa de un proyecto claramente nacionalista.
En
Estilos tecnológicos, Varsavsky afirma que los proyectos de desarrollo nacional
se pueden dividir en dos categorías: los empresocéntricos –cuyo lema sería
“vendo y luego existo”– y los pueblocéntricos. Esta clasificación se vincula
con sus objetivos finales, es decir, si la producción estará dirigida hacia las
necesidades de la empresa y de quienes las controlan, o hacia la población.
Durante
las décadas del ’60 y del ’70, la corriente económica conocida como
desarrollismo tuvo una gran influencia en América latina. Para Varsavsky, el
desarrollismo se encontraba dentro de los modelos empresocéntricos
capitalistas, y por ello fue blanco de sus críticas.
Como
alternativa a estos modelos definió un estilo de desarrollo al que denominó
socialismo nacional creativo, y que presentó como una opción para la
transformación social. Allí destacaba la importancia de la participación
popular permanente en todos los marcos de decisión, para lo cual debía
asegurarse un nivel homogéneo de consumo material y cultural. El Estado jugaría
un rol preponderante en ese cometido, asegurando la cobertura de un umbral
mínimo de necesidades. También se aprovecharía el “potencial docente” de todos
los hombres como manifestación de solidaridad.
Varsavsky
sostenía que el socialismo nacional creativo sólo podía llevarse adelante en un
contexto de autonomía de pensamiento y cultura, para lo cual era fundamental la
máxima independencia política, económica y tecno-científica posible. Y para
ello era necesario romper con la dependencia tecnológica y librarse del mito de
que la tecnología y la ciencia son todopoderosas, infalibles y neutras.
El
problema de la neutralidad en la investigación científica llevó a Varsavsky a
publicar en 1969 su escrito más polémico: Ciencia, política y cientificismo.
Una de las tesis más importantes de este libro, que grosso modo afirma que
todas las instancias de la investigación científica –descubrimiento,
justificación y aplicación– se encuentran afectadas por la postura ideológica
de quien la lleva a cabo, dio lugar a una de las más importantes discusiones
epistemológicas que conoció nuestro país.
A
principios de la década del ’70, a través de las páginas de la revista Ciencia
Nueva, Varsavsky polemizó con Gregorio Klimovsky, Jorge Schvarzer, Manuel
Sadosky, Thomas Moro Simpson, Rolando García y Conrado Eggers Lan sobre las
relaciones entre ciencia e ideología política.
Algunos
de estos artículos fueron recopilados en el libro Ciencia e ideología. Aportes
polémicos, publicado en 1975. Allí, la posición de Varsavsky fue fuertemente
criticada por Klimovsky y Moro Simpson, para quienes dentro del “contexto de
justificación” la objetividad de la ciencia queda resguardada de las posibles
influencias ideológicas de los investigadores.
EL PRESENTE DE VARSAVSKY
La muerte
de Varsavsky coincidió con el advenimiento de la barbarie. Entre 1976 y 1983,
la dictadura cívico-militar no sólo asesinó e hizo desaparecer miles de
personas, sino que también provocó una catástrofe cultural sin precedentes.
Tanto el pensamiento de Varsavsky como el de otros relevantes intelectuales
nacionales fue sepultado en medio de la represión generalizada.
Recién a
mediados de la década del ’90 comenzó a recobrarse en los ámbitos académicos la
obra varsavskiana. Sara Rietti fue la gran promotora de esta recuperación, que
dio sus primeros pasos de la mano de la Maestría de Política y Gestión de la
Ciencia y la Tecnología de la UBA, en donde en 1996, en coincidencia con el
vigésimo aniversario de su muerte, se dictó un seminario sobre su obra.
En los
últimos años volvieron a publicarse algunos de sus libros. En el año 2012, la
Universidad de Lanús reeditó Obras escogidas y este año, en el marco del
Placted (Programa de Estudios sobre el Pensamiento latinoamericano en Ciencia,
Tecnología y Desarrollo) que desarrolla el Ministerio de Ciencia y Tecnología
de la Nación, la Biblioteca Nacional reeditó Estilos tecnológicos. Propuestas
para la selección de tecnologías bajo racionalidad socialista.
El
pensamiento de Varsavsky transcendió las fronteras de la Argentina y tuvo gran
influencia en aquellos sectores de la intelectualidad latinoamericana
preocupados por romper los esquemas de dependencia centro-periferia. En este
sentido, uno de los países en donde dejó una impronta muy importante fue en
Venezuela, en donde estuvo radicado durante varias etapas de su vida. “Oscar
fue muy apreciado por la gente del Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes)
de la Universidad Central de Caracas”, expone Calcagno, “Hugo Chávez hablaba
mucho de él, lo citaba y lo consideraba su maestro”. En noviembre de 2007, el
Ministerio del Poder Popular para la Ciencia y Tecnología de Venezuela organizó
un gran debate abierto en su homenaje.
A treinta
y siete años de la muerte de este matemático radical, impaciente y generoso, el
mejor cierre para esta nota son sus propias palabras: “El que aspire a una
sociedad diferente no tendrá inconvenientes en imaginar una manera de hacer
ciencia muy distinta de la actual. Más aún, no tendrá más remedio que
desarrollar una ciencia diferente. En efecto, la que hay no le alcanza como
instrumento para el cambio y la construcción del nuevo sistema”.
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