LOS DINOSAURIOS VIENEN MARCHANDO

(o EL INFIERNO DE TITO)


Por: Piolín de Chorizo (un brontosaurio de aquellos)

            -¡Pero será posible! – protestaba Tomatito Cherry mientras trajinaba con las bolsas del supermercado - ¡Sunescán! ¡Dalunabús! Si seguimos así vamos a tener que llevar la plata en el changuito y traer la mercadería en el monedero. ¿No era que no había inflación?

            -Tomatito mío, clara luz de mis días, perfumado hálito que alivia mis exhaustos pulmones, mi sístole y mi diástole, mi aterciopelada y oscura noche de relax y de pasión a veces, mi numen. Vos sos maestra especial, yo docente universitario. Ergo, somos la mortadela del sándwich. Pegamos mejor con la miga de abajo que con la de arriba, así que nunca, ¡nunca, me escuchás! vamos a salir de pobres. Algunas veces estaremos mal, otras peor y ocasionalmente menos mal. Es en estos últimos momentos que tenemos que aprovechar los créditos para cambiar el lavarropas y la licuadora, y comprar algunas fetas de jamón crudo por mes y congelarlo para las fiestas. O un plan canje para los jeans. Más, ni se te ocurra.

            Mientras me agachaba para esquivar un atado de remolachas que me arrojó mi Tomatito (que me pegó exactamente en la cabeza, ya que me lo tiró para abajo) me acordaba de lo que decía el Dr. Houssay, el que posaba para las fotos del Conicet: “Estudie, mi amigo. Estudie mucho y dedíquese a la investigación y a la enseñanza. Pero tenga un campito para vivir”. Palabras más, palabras menos.

            Se ve que su consejo fue bien escuchado. Hoy en día sobran las muestras, al menos en nuestra querida facultad. Quien no tiene un campito tiene un jugoso servicio a su cargo, o es proveedor o subcontratista de algo relacionado con la facultad, o tiene un cargo de gestión con salario privilegiado que lo habilita para cosechar otras prebendas del virtual campito. Qué generoso e inagotable es nuestro sistema, que permite que los docentes e investigadores no necesiten del plan canje.

            Volviendo a las remolachas voladoras y para no salirme del tema – el temor a nuevas hortalizas en vuelo rasante me impidieron dispersarme demasiado – presté  atentos oídos a las opiniones, también arrojadas en planeo por Tomatito Cherry:

            -¡Y todavía tenemos que pagar el alquiler de esta covacha y de la cochera! No te has movido ni un centímetro para averiguar si podemos sacar un crédito hipotecario, el techo se llueve, Greenpeace te hace un piquete cada vez que querés poner el auto en marcha (a propósito, ni hiciste vacunar a los chicos con la antitetánica) y cuando venís a casa perdés el tiempo en planillas, burocracia que les cae de afuera, preparación de clases y qué se yo cuántas tonterías más. ¿Hablaste a Las Toninas a ver si todavía tienen el departamentito que alquilamos el año pasado para las vacaciones? ¿A que no?

            Mientras pensaba qué contestar a estas verdades de a puño, Tomatito seguía meditando salvajemente:

            -¿No nos merecemos acaso cambiar la catramina ambulante por algo menos dañino para nosotros y el medio ambiente? ¿No podríamos, a estas alturas de nuestras vidas, tener una vivienda propia, digna, en vez de alquilar este miserable departamento de pasillo que a la primera tormenta fuerte que hay pierde pedazos de techo? ¿Acaso no podríamos dejar de curtir Las fucking Toninas todos los eneros, junto con los dignos habitantes del Dock Sud y de Ciudad Evita profunda? No es que me queje de esa gente, entendeme. Son más honestos que muchos de los que te rodean en tu torre de cristal. Pero, no sé, algo distinto… un mar tibio y transparente, qué se yo. Una casa propia que no se llueva, y que no pinches a alguien si dejás caer un alfiler. Un auto que pague patentes (aclaro que el nuestro ya es antiguo; está exento). 

            Mientras mi Tomatito bajaba el tono y se ponía pensativa y melancólica, igual que yo, me animé a susurrar:

            -Mi amor, habrá que ver qué hace el gremio. A lo mejor conseguimos algún régimen de licencias, o el reconocimiento del año sabático, o algo que nos beneficie…

            -El gremio… tu gremio me parece que está apuntando muy afuera de la maceta. Están viendo si se asocian con el cártel de propietarios rurales en alguna protesta, ¡ustedes, docentes universitarios, inteligentes pensadores, marchando  junto con la Sociedad Rural, la Mesa de Enlace!, olvidándose de que se dejaron congelar los salarios por dieciocho meses… ¡sí, un año y medio!. Me va a gustar verlos en febrero, cuando pasen volando las ofertas y las contraofertas salariales, y ustedes – miembros de una pretendida elite intelectual con menos conciencia de clase que la Bella Durmiente – salgan a la calle a cazarlas, armados con gomeras cargadas con cáscara de maní. O coqueteando con de Michelis o el otro, no me acuerdo cómo se llama. No puedo imaginar el presidente de la Rural apoyando una reivindicación docente. Mirá que me esmero, pero no puedo. Y ni hablemos de tu misma facultad. ¿Me dijiste que la actual gestión ganó las elecciones, no?

            -Sí. En los estatutos dice que los profesores no votamos por listas, es decir, la minoría opositora del cuarenta por ciento no contó. Sacamos algún consejero auxiliar opositor, y creo que algún no docente. A los graduados los cooptaron, y los estudiantes se dieron vuelta, votaron con la Franja. No nos fue muy bien. Lo de los estudiantes no lo entiendo, tienen la misma cintura política que una tenia saginata. Se portaron como “rookies”. Siendo mayoría, prefirieron ser ni cabeza de león, ni cola de león, ni cabeza de ratón. Quedaron como cola de ratón, y si tuvieran un poco de memoria verían hasta dónde comprometieron su futuro…

            -Con lo cual quedó demostrada mi tesis, Piolincito mío, potz de mi corazón. Creeme que los estudiantes nunca se dieron vuelta. Se hicieron los coquetos con unos y otros, pero siempre fueron los patrones de ustedes, y era sabido que iban a apoyar a la gestión. O les hicieron una oferta que no pudieron rechazar, o creerán que así podrán negociar algo. La época en que los estudiantes apoyaban a los docentes es antigua, mi querido. Ustedes son dinosaurios que creen que Agustín Tosco era un ejemplo. Hoy en día, a Tosco lo considerarían un ingenuo. Un “looser”.

Así es, queridos lectores, amigos, parientes, vecinos y colegas. Así es como al fin me han hecho comprender mi verdadera naturaleza.

            Soy – somos – el dinosaurio jurásico. Algunos estamos cubiertos de gruesas placas y estamos acorazados. Otros tenemos garras, y algunos mostramos patas palmeadas. Nos comunicamos entre nosotros con rugidos, o con sonidos que parecen hechos por un oboe, o con algo parecido al grito de aves rapaces.

            Depredamos, y somos depredados. Algunos somos herbívoros, otros carnívoros. Muchos somos rápidos, otros lentos y pesados. Somos de todos los tamaños: algunos cabemos en la palma de una mano, y otros podemos entrar solamente dos en una cancha de fútbol.

            Así es. En el GRD estamos plagados de dinosaurios supervivientes. Somos los nacidos en los orígenes de nuestra facultad, descendientes directos – desafiantes de la biología y de la evolución mercenaria – de aquellas primeras eucariotas que sobrenadaban en el mar primigenio, tempestuoso, hippy, roquero y contestatario de los sesenta, que creemos en los ideales, en el bien hacer, en las escalas de valores. Tenía al fin razón Cachito Romano – otro dinosaurio suelto que a veces opina y otras no sabemos – cuando señalaba que había en nosotros algo sesentista o setentista. Por lo menos en mí, sí. Reconozco que quedé marcado por los Beatles, la revolución francesa de la primavera parisina, la noche de los bastones largos, el cordobazo y el rosariazo, los Rolling de “Paint it Black” y “Satisfaction”, las columnas cordobesas que nacían en Santa Isabel y en el Barrio Clínicas (increíble, obreros y estudiantes). El “Perdono pero no me olvido” de Lanusse, Los Trovadores, los chilenos de Quilapayún, el Turco Cafrune y la Negra Sosa, Sui Generis y “2001, una odisea del espacio”. Algunos de nosotros pudimos ver “Jesucristo Superstar”, “La Naranja Mecánica” y “Fahrenheit 451” en sesiones clandestinas de cine.

            Y no, no idealizamos la época. Por supuesto que hubo muchas cosas malas. No somos los Dinosaurios de Charlie. Somos los dinosaurios sobrevivientes de la generación desaparecida por los dinosaurios de Charlie. Extinguida en pos de un “imperativo categórico”.

            No somos una mayoría. La mayoría está en manos de otros dinosaurios, también eucariótidas, que con toda seguridad se arrogan la propiedad del mundo, de nuestra facultad. Estamos de acuerdo en un todo con ellos. Han sido los dueños hasta ahora, y vean lo que resultó, queridos lagartos amigos, parientes, vecinos y colegas. Un mundo con panópticos, lleno de cámaras y vigilantes, paredes aislantes pero que escuchan, violencia, falta de respeto y consideración, utilitarismo. Una falsa democracia perpetuada a lo largo de más de veinte años, con un funcionariado adicto a fuerza de salarios de privilegio, aprietes indecentes, la presencia del comisariado político de la superioridad en las elecciones, empujes, amenazas, gritos.

            Acabo de acordarme de un dinosaurio ya extinguido, el Tito Mufarrege. Descendiente de una antigua familia libanesa afincada en Santa Fe, fue un perpetuo estudiante de química. Vivía en la calle Crespo, a media cuadra de la Plaza España, en la misma cuadra donde se reunía nuestra barra de dinosaurios adolescentes. Éramos sus amigos; todos los días teníamos con él un intercambio de ideas, compartíamos un chiste, nos pedía algún cigarrillo, criticábamos a algún vecino, lo festejamos cuando en broma, durante una toma de la Facultad de Química, fue nombrado decano. Un personaje fascinante, inofensivo, flaco a lo Quijote, siempre con un cigarrillo colgando de sus labios, la mirada tímida.

            Tito tenía corazón de tiza. Detestaba a los trotskistas, nadie sabe por qué, y obviamente a los psiquiatras.

            Fue el fundador, secretario general y único integrante del Partido Obrero Stalinista, el POS. De este partido surgieron consignas crípticas, como “Viva el Rey Simeón de Bulgaria”, o “En el día de la revolución cortaremos cabezas como racimos de uvas en días de vendimia”. Pintadas que fueron respetadas por todos hasta que el tiempo, que no todo lo borra, las borró.

            El Tito era un loco, un libertario, un librepensador. Un día lo levantaron en un Falcon verde y a fuerza de argumentos de alto voltaje lo quebraron. Ahí fue cuando apareció el grafiti “El POS apoya a Onganía”. Así fue como nuestra barra lo conoció.

            El Tito escribió su apoyo a la dictadura, pero nadie – ni siquiera nosotros, jóvenes dinosaurios recién salidos de la infancia – lo creyó. Supimos, a través de los comentarios que nos hacía Tito sobre la realidad que le tocaba vivir, o a través de las crueles ironías dichas al pasar en alguna vereda de la Plaza España, o leyendo sus dos grandes obras (“El Libro Rojo de Tito” y “El Infierno o Averno en Llamas), que el Tito no había cambiado, ni cambiaría. Simplemente, era más cauteloso.

            Sí, señores dinosaurios de la mayoría. A ustedes que todavía sienten el imperativo categórico cívico-militar (y que Kant no se entere, pues volvería a morir). A ustedes, que creen tener el honor de haber evolucionado. A todos ustedes, que no han descendido de Setubalito. A ustedes, que en una declaración de megalomanía y engreimiento creen haber ganado las elecciones a una coalición trotskista-social demócrata-marxista-chiíta-criptomasónica. No pasó nada de eso.

            Movieron todo el aparato de la Universidad y de la Facultad, apretaron, amenazaron, empujaron, gritaron, insultaron, invirtieron, pervirtieron, para ganarle las elecciones a un grupito de pocos dinosaurios sueltos bajados de un submarino lagunero que pidieron nada más que democracia y glasnost, y que en base a ese simple pedido les hizo temblar la estantería.

            Y por último: Raúl, Leo: no somos sus enemigos. Siempre que sea para bien, nosotros, los dinosaurios del GRD, estaremos con ustedes. Miren con cuidado. Lo que muchos ven como monstruos con la cara cubierta de pelos, sin ojos, nariz ni boca y con los pies dados vuelta, otros lo ven como un tipo que te da la espalda. No hay quimeras.

            Lo único que haremos es defender lo nuestro. Como a Tito, podrán creer que nos quebraron. Créanlo, si les queda cómodo. Pero no nos hemos extinguido aún. Todavía tenemos mucho que hacer, ustedes y nosotros. 

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