Parte 1 – Robate un par de hojas de laurel
Por Piolín de Chorizo (docente de la FICH, añorando el
asadito)
-¡Que
lo parió! ¡Qué de pronto se vino el invierno! – dije tiritando y con los
dientes castañeteando, mientras le alcanzaba un mate a Tomatito Cherry.
-No
me jodas. Seguí así y Alzheimer el Teutón te va a alcanzar pronto. Desde que
noviábamos me repetís lo mismo todos los abriles – me contestó mordisqueando
una palmerita del mes pasado, cómodamente instalada en un sillón del living, en
pantuflas frisadas, vestida con una bata
acolchada de matelasé y una sonrisa radiante. Además – siguió, inclemente - ¿a
qué potz se le ocurre andar en calzoncillos
y con el cuerpito gentil, con el fresquete que hace? Andá, ponete algo, haceme
la caridad. Después vas a andar amoquillado y quién te aguanta.
Al
ponerme los pantalones vaqueros, metí una mano en el bolsillo izquierdo y,
bendición inesperada, ¡había cien pesos! Un billete de un violeta precioso,
algo rígido debido al último lavado del pantalón pero aún de curso legal.
-¡Gracias sean dadas al
Señor por los pequeños milagros cotidianos! – aullé mientras caía de rodillas y
elevaba mi vista hacia la última mancha de humedad que había aparecido en el
cielorraso. Era una mancha bastante particular; a mí me pareció, varias veces y
con la iluminación adecuada, el rostro de Jesús, aunque mi hijo menor insistía
en que era igualita al pivote del equipo de básquet del club Esfuerzo y Sudor
del barrio Varadero Sarsotti South-West, mi hijo mayor decía que era el Batistuta clavado, clavado, y Tomatito Cherry
la veía parecida a la novia del hijo del ferretero de la esquina, con barba. En
todo caso no se justificaba cobrar para exhibirla, y seguramente se deformaría
con la próxima lluvia. Tampoco daba para llamar a los noteros de Crónica.
-Sonamos. Ya te pusiste
místico y siempre, siempre te pasa en la segunda mitad del mes. Ni que hubieras
encontrado plata – meditaba Tomatito mientras buscaba el mate que usaba para
remendar las medias.
-¡Pero sí! ¡Una gamba! ¡Cien
pesitos en el bolsillo del vaquero!
-Claro. Al señor le
pagaron las paritarias y me lo quería ocultar. Al señor le pagaron una suma
fija de refuerzo y lo tenía escondido. Al caballero docente-investigador le
oblaron un aguinaldo completo en diciembre y recién ahora me lo blanquea. O
vendió un examen. Más vale que me aclares de dónde salió ese dinero espurio y
manchado. Tomatito Cherry era claramente más pragmática que dogmática y
sospechaba de los milagros.
-Te juro mi vida que estaba
en el bolsillo – lloriqueé, asustado.
En realidad no me
imaginaba cómo se me pudo haber pasado inadvertida la falta de ese dinero. Lo
cierto es que desde que volvimos de Las Toninas no me ponía ese pantalón y bien
se nos pudo traspapelar. Sospeché de esa noche que decidimos invertir en una
cena con dos cucuruchos de rabas y cornalitos y al fin desistimos.
-Ooookey. Ponele. En todo
caso podemos regalarnos una cena como la gente. ¿No?
-Pero sí, luz de mi
amanecer, única flor de mi jardín, ánodo para mi cátodo, sumidero de mi fuente
y fuente de mi sumidero, mi remanso – salmodié en un intento de calmarla. Ese
ooookey, así, con la “o” alargada, era mal presagio – Justo me enteré de que la
semana pasada abrieron una nueva fábrica de pastas en el Barrio El Pozo. Viste
que escoba nueva barre bien; por lo menos por un mes van a cuidar la calidad.
-Ooookey. Ponele que
comprás algunas planchas de ravioles como la gente. Estoy podrida de los
ravioles industriales, quedan siempre duros y los de verdura se diferencian de
los de jamón y queso o los de ricota y nueces únicamente por el colorante.
Jamás sabremos qué tienen adentro. Qué bueno, ravioles como la gente... – dijo
con una mirada soñadora – Podrías comprar también un cuarto de carne molida
común y una cajita de puré de tomates, así improviso una boloñesa. Si no te
alcanza para comprar un par de hojitas de laurel en la verdulería fijate si
podés robarlas, la salsa queda más rica.
…(Continúa la próxima semana en Parte 2: Una primorosa pizarra electrónica)
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