Parte 2 – Una primorosa pizarra electrónica
Por Piolín de Chorizo (docente de la FICH, añorando el
asadito)
Ahí nomás saqué la
bicicleta (el presupuesto para combustibles líquidos se había agotado el día 10
al atardecer) y puse rumbo a El Pozo. Mientras cruzaba el puente colgante noté
que algo faltaba en la margen izquierda; mientras pedaleaba silbando bajito me
estrujaba el cerebro para identificar el faltante. Nada.
Cuando me acercaba a las
eternas obras que están entre el Predio ATE-UNL y la playa más lejana (de
estacionamiento) vi lo que faltaba en la costa: El Setubalito, que ahora estaba
en una cama de apoyo armada en un dique de carena. Y sobre el Setubalito,
rutilante con sus luces de nueva tecnología led, un vistoso cartel: “FÁBRICA DE
PASTAS EL SETUBALITO – Atendido por sus propios dueños solo con cita previa.”.
¿El Setubalito acá?
¿Fábrica de pastas? ¿Sus propios dueños? A mí me dijeron que la fábrica nueva
de pastas estaba en el barrio, no en el campus. ¿Y cuándo cambió de dueños? Fue
confiscado, no transferido.
De cualquier manera yo
necesitaba las pastas, así que me acerqué al submarino, siempre pedaleando y
tratando de sortear los lomos de burro, los pozos, las rocas y los ladrillos
sin moler, los bonetes color naranja colocados por el CuSeVi y los autos de los
alumnos, taxis, ómnibus y camiones de los abastecedores (todo un slalom, se los
aseguro).
Trepé la escala que me
llevaba a la escotilla, y vi que en la misma había un cartelito pegado con
cinta scotch que decía “Solamente ravioles y gnocchi. Haga su pedido con
anticipación”. Golpeé la escotilla con una aldaba que habían injertado a ese
fin, la misma se abrió y apareció una conocida cabeza.
-¡Piolín!
¿Qué andás haciendo por acá? Pero qué agradable sorpresa. Vení, pasá, bajá.
-Mirá
que no tengo cita previa. Vi luz y pasé nomás – contesté, mientras me admiraba
de la colocación de tres imperativos seguidos en una sola oración sin
artículos, ni sustantivos ni nada. ¿Resabios de otras épocas?
-No
importa, sos viejo dinosaurio. Amigo de la casa.
-No
te confundas, hermana. Ser amigo de la casa no significa ser amigo de los
caseros.
Me
miró con cierto fastidio mientras sacudía un frasquito de pintura de uñas.
-Bueno.
¿Pasás o no? Time is money.
Mientras
bajaba por la escalerilla interna traté de reconocer el interior de nuestro
querido Setubalito. Nada. Sus mamparas internas habían desaparecido. Sus
paredes grises y herrumbrosas habían sido pintadas de un claro beige oficial.
Sus tenues lamparitas habían sido reemplazadas por una impactante iluminación
moderna, donde se mezclaban en armónico concierto las luces dicroicas y los
leds. Las batimetrías de la laguna, que estaban pegadas en las paredes, habían
sido cambiadas por reproducciones de Miró, Dalí, fotos antiguas del Parque
Oroño y del Puente Colgante, y un televisor chatito que mostraba la agenda de
la Facultad. Los banquitos de madera y la mesita plegable habían sido
sustituidos por cómodos sillones con ruedas y un escritorio de acrílico
transparente, casi surrealista, vacío.
Donde
estaba la sala de máquinas, a popa, había una fotocopiadora debajo de un
extractor-acondicionador de aire, mientras que las estanterías donde estaban
las baterías habían sido primorosamente pintadas y servían para apoyar resmas
de papel, fotos del rector y sus secretarios y – un detalle “vintage” que me
enterneció – una vieja plancha de hierro, de esas que se calentaban con brasas,
transformada en maceta de un pequeño geranio. A proa habían quitado el
revestimiento y, sobre las cuadernas al aire, habían instalado un baño químico
sobre el cual había un aromatizador electrónico. Ni restos de la baranda rancia
a gasoil, baterías recalentadas, tabaco negro, sudor, tinta de mimeógrafo y
sentina sucia que emanaba del Setubalito.
-¿Y
a qué debemos el placer de tu inesperada visita, si puede saberse?
-Bueno…
venía a comprar algunas pastas, ravioles o ñoquis. Pero veo que acá venden
ravioles y gno… gnoc… ¿Qué cazzo es eso?
-Ah,
mi querido Piolín. ¿Acaso no estuviste nunca en La Bella Italia? Los gnocchi
son precisamente ñoquis, pronunciado en criollo – me aclaró la dama, poniendo
los ojos en blanco y con gesto de “qué inculto, Dios mío, ¿y éste es un
dotor?”.
-No,
no estuve en Italia. Soy docente, por si no te acordás. Pero decime. Sacame de
esta duda cruel. ¿Dónde está la amasadora? ¿Y la mezcladora de rellenos? ¿La
troqueladora? ¿Acaso no era ésta una fábrica de pastas?
-Pastas
virtuales, ésa es nuestra especialidad. ¿Acaso no viste cómo se arma un
organigrama? Se dibujan ravioles formando más o menos una pirámide, se los une
con flechitas verticales, horizontales y alguna que otra diagonal, y se los
bautiza. Decanato, Consejo Directivo con sus Comisiones, Secretarías,
Sub-Secretarías, Delegaciones, Sub-Delegaciones, Departamentos, Direcciones,
Sub-Direcciones, Carreras, Puntos y Manchas Focales, Cátedras, Proyectos,
Programas, Divisiones y así sucesivamente. Hacemos ravioles como para comerlos
de parada – me explicó cuidadosamente mientras me mostraba el producto de la
fábrica, dibujado con primor en una pizarra electrónica de última generación.
-¡Pero
qué fantástico! – no pude dejar de admirarme - ¿Y con qué rellenan estos ravioles?
-Aquí
está la gracia y el secreto del sistema, Piolín. Gran parte de estos ravioles
se rellenan con gnocchi. Si te fijás bien, vas a ver que a veces los ravioles
se entrecruzan, se superponen, se…
-Eso,
en buen castilla y según los diagramas de Venn, se llama “intersección”.
Intenté ser lo más seco posible para que se note que era una pequeña y pueril
venganza por eso de “los gnocchi son ñoquis”. Incluso puse los ojos en blanco y
suspiré.
-Bueno,
lo que sea. Fijate que, según estos dibujitos, un gnocchi puede estar en varios
ravioles a la vez. Te vas a dar cuenta de que, según está en la pizarrita, el
tipo (o la tipa, depende) puede hacer docencia, investigación, extensión,
servicios a terceros, puntar focalmente y, aparte, formar parte de La Gestión
(lo dijo así, con mayúsculas) en cualquiera de sus niveles, ser padre o madre y
quizá abuelo y esposo o esposa ejemplar, viajar, et sic de ceteris. Ah, y
recibir una ayudita económica por muchas cosas. Y por si esto fuera poco,
también podría tener una changuita en otra institución. Pero eso no podemos
incluirlo en esta raviolada.
-¿Pero
y esto es un deseo o ya está funcionando? ¿No es demasiado complicado?
-Ah,
Piolín. Ya estás viejo y más dinosaurio que nunca. No te voy a contestar. Date
una vuelta por la Facultad, fíjate cuántas aulas hay y cuántas habitaciones que
no son aulas, sacá tus cuentas.
-No
voy a ir, se me hace tarde y todavía tengo que conseguir las pastas. Me dijeron
que en El Pozo hay una fábrica nueva.
-…
-Tengo
otra duda. Decime. ¿Cómo trasladaron al Setubalito hasta acá?
-¿No
leíste lo último del blog de ustedes? Nos avivaron los del Yatch Club. Con las
últimas lluvias conseguimos bastante calado como para navegar hasta acá. Coser
y cantar.
…(Continúa la próxima semana en Parte 3: Si querés te explico lo de Manning)
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