A LA VEJEZ VIRUELA


Por: Piolín de Chorizo (Docente de la FICH, asombrado)


Algunos de ustedes, amigos, parientes, colegas y vecinos, ya han leído algunos de los destilados que han tenido la gentileza de publicar en esta bitácora.

Me han visto en mi papel de asustado ante el desmesurado crecimiento del complejo político-jurídico-mediático, o preocupado por la calidad de la docencia universitaria.

Hoy estoy asombrado, indignado, rabioso. Nuestro Patrón, el Mayúsculo, nos ha ofrecido un aumento de sueldo del 20% (por si creen no haber leído bien, veinte por ciento) pagadero en tres veces (insisto: tres veces) y, el último, a cobrar en enero del año 2014 (vuelvo a insistir: enero del año que viene). Nuestra respuesta: un paro de 48 horas (re-insisto: dos días) previos a los feriados de la Semana Santa.

Sentía que se me iba a reventar la carótida. Mi cerebro – lo que queda de él después de muchos años de docencia universitaria – subía de temperatura muy rápidamente, y a esta altura de mi vida muchas veces el termostato me falla.

Tomate Cherry, mi mejor mitad, observaba clínicamente mis temblores y el enrojecimiento de mis ojos y escuchaba el desafinadísimo rechinar de mis dientes. Al mismo tiempo, con una paciencia que no le conocía, secaba mis sudores que se encharcaban en el parquet del dormitorio.

Una vez que mis temblores amainaron, ya cerca de la madrugada, y la adrenalina dejó de chorrear por mis oídos – lo que me permitió escucharla – me preguntó con su mejor diplomacia:
            -¿Se puede saber qué te pasa?

            -Sí, pero me da vergüenza decírtelo.

            -A ver, Piolincito mío (no me dijo Choricito mío por esa cuestión diplomática que recién mencioné). Cuéntele a su Tomatito qué carajos le pasa.

            -Y nada. Que llamaron a las paritarias y nos ofrecieron monedas,

            -¿Cuánto?

            -Veinte por ciento. En tres veces, a terminar de pagar el año que viene.

            -¿Y de qué te quejás?

Yo no podía salir de mi estupor. Tenía a Tomate Cherry como una persona muy temperamental pero al mismo tiempo muy lógica, muy observadora, muy razonadora. Su sugerencia de que no tenía derecho a queja me pareció extemporáneo y fuera de lugar, ofensivo y hasta casi degradante, y así se lo hice saber.

         -¿Pero qué me estás diciendo? ¡¿Un veinte por ciento?! ¡Nos afanan un montón por ciento, sumado a lo que nos afanaron el año pasado, y a lo que ya no me acuerdo de los años anteriores, vamos a terminar ganando lo que un peón de albañil!

           -Disculpame, Piolincito mío. Personalmente no tengo nada en contra de los albañiles y sus peones. Ellos construyen. ¿Qué hacen ustedes?

       -Construimos saber (aquí me sumergí en un meloso mar de auto-adoración). Investigamos. Transmitimos conocimientos, formamos.

           -Ay, mi inocente Piolincito. A mí me tenía que pasar eso de enganchar al único gil que vive de lo que gana en la universidad y que cree en lo que hace.

            -No te lo permito. Somos muchos los que hacemos eso. Por otra parte, hemos tomado y tomaremos medidas de fuerza que le van a torcer el brazo al – y abrir el bolsillo del – ministerio.

            -No te puedo creer. ¿Tenés un posgrado, no?

      -No. Sí. Tengo dos. Pero es inútil, al gobierno los docentes universitarios no les importamos un miserable pimiento. Lo único que les hace mella son los paros.

Tomate Cherry me miró con cierta piedad. Estiró el brazo, me acarició la cabeza, y murmuró como no queriendo:
            -¡Pero no podés ser tan estúpido! Qué castigo, Señor.

            -¿¿¡¡…!!??

           -A vos mismo te escuché decir que la educación es un arma que se carga para llevar adelante políticas de Estado. ¿Y ahora me venís con esas?

           -¡No hay contradicción! Es un arma que no ha cargado, y por tanto, no le interesa usarla. Cartesiano.

        -Piolincito querido, tendrás un montón de grados y posgrados, serás cultísimo y educadísimo, pero te falta calle y bastante dialéctica. ¿Cuántos docentes universitarios hay en el país?

              -Ni idea. Calculo que ciento cincuenta mil, unos miles más, unos miles menos.

             -¿Cuántas asociaciones gremiales de base tienen?

             -Qué se yo. Tantas como universidades públicas, calculo.

             -Tá. Cuarenta y siete, más o menos. ¿Y cómo se agrupan estas asociaciones?

        -¿Qué cuentas pretendés que haga? – haciéndome el ofendido al ver cómo se aproximaba mi oprobiosa derrota en el campo de la lógica.

            -Contestame y no te hagas el imbécil.

            -Me parece que cinco.

            -Ajá. Cuarenta y siete organizaciones primarias, cinco secundarias. ¿Y de tercer nivel?

            -Alguna están adheridas a una CTA, otros a la otra.

            -¿Pero no ves acaso que causan gracia? Si a eso le sumás el CONICET, que también dice investigar y hace de las suyas, y que un pequeño porcentaje de ustedes tienen dedicación exclusiva, y que un gran porcentaje de los exclusivos usan la universidad para desarrollar pingües negocios – usan el bronce oficial para cosechar el oro privado con recursos ilegítimos – más la atomización de las universidades en pos de una pretendida autonomía, es lógico que les ofrezcan un veinte en partes. Cuestión de mercado. Es más, si yo fuera gobierno, Dios me libre y guarde (santiguándose), no les ofrecería nada. Les obligaría a aceptar un diez y ya. Más aún, vos sabés bien que los docentes universitarios que tienen dedicaciones semis o simples laburan por la obra social, que por otra parte está bastante devaluada. Y, encima y para más detalles, alguna vez pasé por la Ciudad Universitaria algún día de “Paro Total de Actividades” (mueca indescifrable). No había lugar para estacionar, y muy pocos de todos los autos que había eran de los funcionarios. Los estacionamientos de motos y bicicletas estaban llenos, y ningún docente ni docente devenido en funcionario ni funcionario puro, nativo, va en moto ni bicicleta o da el ejemplo caminando. No me jodas. Hasta los estudiantes están desorientados, o bien orientados, no sé, y en caso de “paro total” van a la Facu. Por las dudas, viste.

            -Te equivocás en todo, desde el principio hasta el fin. Que yo sepa, nadie, ya sea docente o funcionario, usa la universidad para hacer negocios. La autonomía de las universidades es uno de los pilares de la Reforma, y la obra social es muy buena. Todos los docentes nos adherimos a las medidas de fuerza. Y los estudiantes nos apoyan – largué todo e inmediatamente me ruboricé como una quinceañera en una fiesta de fleteros en camioneta. Cuando miento me ruborizo.

            -Vos y otros como vos son estúpidos (no fue esa la palabra que usó mi Tomatito Cherry) que viven en una torre de marfil. Lo tuyo no es mística, es ignorancia, o es ceguera voluntaria, o es no querer razonar aunque sea un poquito. Yo tengo bastante adoquín caminado, zanja saltada y pala y rastrillo para parar la olla. Ustedes, docentes universitarios, se creen que luchar por lo que les corresponde es bajar al nivel de los trabajadores. Dense cuenta, pazguatos, que en el mercado son simplemente trabajadores cualunques que se creen dioses. Como cualquier obrero, los docentes universitarios deben vender la única mercancía que poseen: su fuerza de trabajo. Y su desafío, como personificación de su mercancía, es venderla al mayor valor posible. En ese sentido, la lucha salarial es fundamental. Y, contra lo que se cree, no les va mucho mejor que al conjunto de los obreros argentinos (y del mundo). Les va mucho peor, por su ignorancia, su soberbia, su atomización gremial, todo ayudado en gran parte por el hecho de que los que viven de su trabajo real en la universidad son pocos. Más aún, la universidad, el patrón, gana lustre, jerarquía y hasta dineros con el producto del trabajo de ustedes. Pena, dan.

            -No te permito – lloré débilmente – estás viendo todo de manera equivocada… ¡No pretendas que esto es consecuencia del neoliberalismo de los noventa!

A todo esto, Tomate Cherry se había enfervorizado y, esgrimiendo una chancleta mía (era más grande y pesada que la de ella) me amenazaba pretendiendo (y logrando) que la escuche. Y seguía, a altas horas de la madrugada y haciendo caso omiso de los chistidos de los chicos y los vecinos, que pretendían dormir.

            -Monsergas. Qué neoliberalismo ni ocho cuartos. No me hace falta haberme tragado los dos tomos del “Das Kapital” para darme cuenta que esto es capitalismo puro, pro-análisis, de manual. Enterate de que este gobierno se dice “progresista”, y los términos están reformulados. Los salarios docentes no son “gasto” sino “inversión”, y más precisamente “inversión en recursos humanos y en educación pública”. A ellos y a ustedes evidentemente se les escapa una visión de conjunto del sistema capitalista, del movimiento del Capital. El salario obrero siempre es un gasto para el capital, que siempre presiona para que el “trabajo no pagado” al obrero por el capitalista, es decir, la ganancia capitalista, la plusvalía, debe ser la mayor posible. O dicho de otra manera: el Estado, asumiendo la función de capitalista individual, busca una mayor optimización (creciente productividad) al menor “costo” posible. Por otra parte, y con relación a lo que acabo de decirte, las elaboraciones y programas que me contaste de la CONEAU constituyen un aliciente significativo para que los docentes universitarios vayan conformando un capital simbólico, separado de sus atributos, y terminan considerándolos, explícita o implícitamente, como sujetos ajenos a la clase obrera. Esta posición (muy extendida por cierto, querido Piolincito mío, estúpido habitante de tu torre), invierte los factores y termina concibiendo a este tipo de exigencias como un “beneficio” que redunda en un mayor prestigio, con un planteo estrictamente ideológico. En realidad, de lo que se trata es que los docentes universitarios están produciendo su fuerza de trabajo en función de las necesidades no ya del Capital como relación social general, sino de un capitalista individual, el estado. Esa intensa y creciente tendencia a la fragmentación y especialización de los atributos de la fuerza de trabajo (al servicio de capitales individuales) es profundamente negativa para los docentes universitarios, como miembros del obrero colectivo.

            -No me vengas con eses razonamientos trotskistas. Las ideologías y las clases no existen más.

           -Lo tuyo es cháchara tonta, tontín. Y lo de los estudiantes me merece una opinión aparte.

           -No te metas con nuestros estudiantes. La mayor parte de ellos trabaja mientras estudia, y saben bien cuál es su papel en la relación capital-trabajo.

            -Crecé, Piolincito. Madurá. Casi todos los autos que saturan los estacionamientos de El Pozo son de los estudiantes. Autos que presta papá sojero, o comerciante, o exitoso profesional liberal. Además, jamás van a lograr que los estudiantes adhieran a sus reclamos.

             -Tu pesimismo es injustificado. Acordate de que en la década del setenta apoyaba…

          -¡Pero basta, gil de cuarta, tarado! El decano, el rector y el estudiante son tu patrón! ¿Nunca vas a darte cuenta?

            -¡No! ¡El Decano salió de nuestras filas! ¡El Rector salió de entre ellos! Por carácter transitivo, somos lo mismo.

            -Permitime que te ilumine un poco, zopenquito de mi corazón. Ellos sí han sabido vender muy bien su fuerza de trabajo, y a fuerza de empujones han logrado constituirse en patronal. ¿No me dijiste acaso que se han auto-otorgado sueldos muy, pero que muuuuy diferenciados de los de ustedes? ¿Y que juegan el gran  juego que propone la CONEAU, sea el que fuere? ¿Acaso no integran el Consejo Interuniversitario Nacional, CIN, que al final es más o menos lo mismo que la Sociedad Rural, un sindicato de patrones y propietarios de campos? ¿De qué lado se pone el CIN cuando ustedes exigen alguna reivindicación, por menor que sea? Decime una sola vez que los hayan apoyado en algo importante y me habrás convencido de que estoy equivocada.

            - …

            -Además, te dije que los estudiantes me merecen un capítulo aparte. Que son patrones tuyos también, te lo dije.

            -Por supuesto que son mis patrones y causa de mis desvelos. Todo lo que hacemos como docentes es para ellos.

            -Lo que a mí me parece es que estás cada vez más estúpido y cegatón. Los estudiantes, a través de sus Centros, también son patrones pero no simbólicos, sino reales y con muchísimo peso. ¿No te diste cuenta de que lo único que hacen es cubrirse las espaldas entre ellos y la gestión? Esto es política minúscula simple y pura, de comité. Te hago campaña y te apoyo, y me darás becas, pasantías rentadas en la administración, cientos de turnos de exámenes y me meterás de auxiliar en alguna cátedra. De ahí saltaré al Consejo, y tendrás más votos para vos o para quien te suceda y siga con el círculo. Jamás los apoyarán en ninguna lucha.

            -No, no y no. Hay estudiantes pensantes, democráticos, que luchan por lo suyo y siguen de cerca  las luchas docentes y están dispuestos a combatir para que la cosa sea clara y limpia.

            -Claro que los habrá. Bastante dura les ha de resultar la cosa. ¿A que ni carteles les dejan colgar?

            -…

            -Y entonces y a la postre te darás cuenta de por qué tu gremio jamás apoyará, por ejemplo, el pago de los incentivos. Es parte del juego de la patronal el otorgarlos, categorizándolos en medio de ritos secretos y exclusivos, hacerles creer que son una élite intelectual, cuando en resumen son nada más que laburantes que no han sabido vender su fuerza de laburo. Crezcan. Maduren. Son pocos, se conocen mucho, y entre ustedes tienen un millón de gremios que no se ponen de acuerdo en algo tan sencillo, básico y elemental como un paro por un pliego de reivindicaciones que, al fin y al cabo, son reivindicaciones que cualquier obrero podría levantar y que la mayoría de los obreros ya han conseguido. Y entenderás por qué pagás impuesto a las ganancias.

-Qué querés que te diga, mi Tomatito (yo ya estaba cansado de no tener razón). Si ponen impuestos al tabaco y al alcohol para desalentar el consumo, entonces el impuesto a las ganancias es para desalentar el trabajo. Me parece.

-¿Y son tan ilusos de pretender ser exceptuados del tributo a ganancias? Pensá. Te dije que para el concepto capitalista, el sueldo es ganancia, no otra cosa. Ahora, hoy en día, hasta los jueces caen.

-Pero…

-Qué pero ni qué la mierda. Encima, ustedes están llenos de carneros.

            -¿Carneros?

            -Sí. Trabajadores que no adhiere a la huelga de sus compañeros, que pese a todo cobran sin ningún rubor ni vergüenza los beneficios obtenidos, pero que a la hora de los hornos va a parar al guiso junto con todos.  Llamalos esquiroles también, si querés. Rompehuelgas desclasados.

            -No exageres. Siempre habrá quien no esté de acuerdo.

            -Mirá, basta. Estoy podrida de intentar que pienses. No quería decírtelo, pero me queda sólo una cosa por hacerte bajar de tu pedestal. Y oíme bien.

-Dale. Largá. Total…

-¿Qué sabe el chancho de aviones si nunca miró p’arriba?

Esa noche no dormí. Tenía los ojos muy abiertos, clavados en el techo, hasta que amaneció.

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