Por Marta Gerez Ambertín
El Presidente de la
Asociación Universitaria de Investigación en Psicopatología Fundamental de
Brasil (organismo que integro) difunde entre la Asociación un artículo
publicado en ESTADO DE SAN PABLO (www. estadão.com.br) titulado “Darwin y la
práctica de la «Ciencia Salame»” de FERNANDO REINACH que transcribo (es mi traducción)
a continuación:
«En 1985 oí por primera vez, en el Laboratorio de Biología Molecular, la expresión “Ciencia Salame”. Uno de nosotros tenía un montón de papeles científicos cuando Max Perutz se acercó. Un joven dijo que estaba leyendo obras de un famoso científico de EE.UU. Perutz miró la pila y murmuró: “Ciencia Salame, espero que no llegue aquí”. Pero la plaga se ha extendido en todo el mundo y ahora asola a la comunidad científica brasileña.
La “ciencia salame” es la práctica de cortar, como un salame, un único descubrimiento y publicarlo en la mayor cantidad posible de artículos científicos. El científico mejora su currículum y crea la impresión de que es muy productivo. El lector se ve obligado a unir las fetas para entender el todo. Las revistas están repletas. Y evaluar a un científico se hace más difícil. Sin embargo, la “Ciencia Salame” se ha expandido, inducida por la búsqueda obsesiva de un método cuantitativo capaz de evaluar la producción académica.
En el Laboratorio de Biología Molecular nuestros ídolos eran los cinco premios Nobel del predio. Publicar muchos artículos indicaba falta de rigor intelectual. Ellos valoraban la capacidad de creación, de desentrañar de manera ingeniosa un problema importante. Aprendimos que el objetivo era descubrir los misterios de la naturaleza. Publicar un artículo era consecuencia de un trabajo financiado con dinero público, y servía para comunicar un nuevo descubrimiento. El trabajo debía ser simple, claro y didáctico. El ejemplo a imitar eran las dos páginas en que Watson y Crick describieron la estructura del ADN. Usted se convertía en un respetable científico si el esfuerzo de su vida podía resumirse en una frase: “Él descubrió…” Los tres puntos tendrían que ser una o dos palabras: “la estructura del ADN” (Watson y Crick), “la estructura de las proteínas” (Max Perutz), “la teoría de la relatividad” (Einstein). Sabíamos que sólo unos pocos llegarían a eso, pero lo importante era asegurarse de que habíamos pasado la vida persiguiendo algo importante.
Hoy en día, en las mejores universidades de Brasil, la conversación entre los estudiantes de postgrado y científicos es otra. La mayoría están preocupados por la cantidad de trabajos publicados en el último año, y dónde. Quieren saber cómo serán clasificados. “Fulano es ahora investigador del CNPq 1B. Con ocho trabajos en revistas de alto impacto el año pasado, no podía ser de otra manera”. “El departamento de Sutano fue degradado a 4 por la CAPES; claro con tan pocas tesis el año pasado y sólo dos publicaciones en revistas de bajo impacto…”. No es que los ojos de esas personas no brillen cuando se habla de sus investigaciones, pero la historia de cómo a alguien se le aceptó un trabajo en la revista Nature causa más alboroto que una nueva forma de abordar un problema considerado insoluble.
Este cambio cultural se produjo porque ahora los científicos y sus instituciones se evalúan a partir de fórmulas matemáticas que toman en cuenta tres elementos combinados a gusto del cliente: número de artículos publicados, con qué frecuencia estos trabajos han sido citados en la literatura y la calidad de las revistas (medido por la cantidad de citas a los trabajos publicados en esas revistas). ¿Le extraña la ausencia de palabras como calidad, creatividad u originalidad? Si usted habla con un burócrata de la ciencia él intentará explicarle cómo esos índices abarcan de modo objetivo conceptos tan subjetivos. Y no gana nada diciéndole que Einstein, Perutz y Crick hubieran sido excluidos por esos criterios. En el fondo esos burócratas creen que científicos de ese calibre no pueden surgir en Brasil. El resultado es que en algunos posgrados de la Universidad de San Pablo la acreditación de los orientadores de tesis depende únicamente del número total de artículos publicados, en otras universidades el pre-requisito para que una tesis sea defendida es que uno o más trabajos hayan sido aceptados para su publicación.
No hay duda de que los métodos cuantitativos son útiles para evaluar un científico, pero el uso de los mismos exclusivamente, abdicando de la capacidad subjetiva para identificar a personas talentosas, creativas o simplemente geniales es el camino seguro para excluir de la carrera científica a las pocas personas que realmente pueden hacer descubrimientos importantes. Esta actitud exime a los responsable de tomar y defender decisiones. Es cobardía intelectual escondiéndose detrás de algoritmos matemáticos.
¿Qué tiene Darwin que ver con eso? Fue él quien mostró que una de las características que facilitan la supervivencia es la capacidad de adaptarse a los ambientes. Y los científicos son animales como cualquier otro ser humano. Si la regla requiere aumentar el número de artículos publicados, practico la “Ciencia Salame”. ¿Es necesario ser muy citado? No hay problema, mis fetas de salame van a citar a unos y a otros y le pido a mis amigos que me citen. A cambio les garantizo que voy a citarlos. ¿Las revistas necesitan muchas citas? No hay problema, basta pedir a los autores que citen artículos de esa misma revista. Poco a poco el objetivo de la ciencia ya no es entender la naturaleza y se convierte en publicar y ser citado. Si el trabajo es mediocre o brillante, poco importa. Pero la ciencia brasileña va bien, aumenta el número de magisters, el trabajo crece, y también crecen las citas. Y cada día nos alejamos más de tener científicos que puedan ser descriptos en una sola frase: “Él descubrió…”.»
Hasta aquí el artículo.
La situación en nuestro
país, al menos respecto a los docentes universitarios, no es muy diferente.
Hace algunos años se profundizó la tendencia a evaluar al docente universitario
en base a: a) hace investigación b) publica profusamente c) dirige tesistas y
becarios d) es jurado de tesis de posgrado e) presenta trabajos en eventos
científicos de nivel internacional. No es difícil suponer que si hace todo eso
no es mucho el tiempo que queda para… hacer docencia. A esto se suma el
fastidio de dedicar días enteros a completar formularios que contengan su CV pues
todavía no ha aparecido uno que sirva para todas las instancias docentes y de
investigación del país. ¿Por qué esta desesperación de los docentes
universitarios por cumplir con los requisitos del inicio del párrafo? Simple:
dinero. Si no hago “investigación” no cobro el incentivo cuyo monto está en
relación a si soy categoría I, II, III, IV ó V; categoría que se corresponde
con: publicaciones, posgrados, dirección de becarios o tesistas, etc. todo lo
cual me sitúa en buenas condiciones para ganar un concurso docente o mantenerme
en el que estoy (léase sueldo docente). La raíz del problema es suponer que ser
un buen docente (lo que supuestamente se persigue) implica: investigar,
publicar, asistir a congresos y dirigir becarios (quienes tienen mejores posibilidades
de ganar su beca si su director es Categoría I en los incentivos, publica
mucho, es posgraduado, etc. El círculo se cierra). ¿Qué tiempo queda para “ser
docente”? Obvio: muy poco. ¿Si no hay otros modos de evaluar a los docentes?
Obvio: sí. Resulta extraño que ningún Centro de Estudiantes haya propuesto una
mínima encuesta a los alumnos de una cátedra preguntando cosas tan simples
como: dominio de contenidos, preparación de clases, claridad conceptual,
bibliografía actualizada, pertinente, relevante, comprensible, novedosa, etc.
¿O es que a un docente sólo pueden evaluarlo otros docentes o un burócrata pero
no los destinatarios de su trabajo?
Obvio agregar que el sistema de “incentivos” se inventó para aumentar –en negro– los sueldos docentes, es decir, aumentarlos “sin que se note” en aportes jubilatorios, obra social, aguinaldo. Así, los docentes universitarios argentinos también practicamos la “Ciencia Salame” porque, como cualquier trabajador del planeta, queremos (y necesitamos) ganar más. ¿Quién es el gran perdedor de un “sistema” donde es más relevante (por los puntos que otorga) presentar un trabajillo en un Congreso en Madagascar que dar una clase de excelencia a los alumnos? Obvio: el estudiantado. A meros cinco años de cumplirse un siglo de la Reforma Universitaria ¿no habrá llegado la hora de revisar esta incongruencia de pretender docentes de excelencia merced a asistencia a lejanos congresos, investigaciones insustanciales o publicaciones en revistas con referato cuya principal justificación es otorgar puntos al articulista pues su masa de lectores es mínima?, ¿no habrá llegado el momento de que en los “antecedentes” docentes figuren cosas como lo que opinaron los estudiantes que tuvo en sus cátedras (mediante simples encuestas como la mencionada)? ¿Por qué la subjetividad de los alumnos de una cátedra sería menos relevante (o directamente irrelevante) que la subjetividad de los que toman los concursos o evalúan antecedentes? ¿Es que no existe una diferencia radical entre un investigador, digamos, del CONICET y un docente universitario cuya tarea primordial es “enseñar”? Es opinable que sólo un denodado investigador, publicador, presentador en congresos sea, por ello mismo, un excelente profesor, pero ¿qué opinión respecto a esto es más importante que la de sus alumnos?
El movimiento estudiantil debe incorporar esta problemática a sus reivindicaciones… también deberían hacerlo los docentes. No importa tanto si la evaluación docente ha de priorizar criterios cuantitativos o cualitativos (subjetivos todos), lo verdaderamente importante es que quienes son los destinatarios directos del “evaluado” tengan al menos voz y, si es posible voto, mejor.
Aclaro que quien escribe esta nota tiene un magister, un doctorado, un posdoctorado, es categoría I en el Programa de Incentivos, publicó siete libros, presenta trabajos en congresos internacionales y está convencida de que nada de eso importa mucho si la evaluación de sus alumnos es negativa.
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