¿Qué hacemos con la pata flambeada?

por Sapatita con S.

Ante cada evento que se presume importante, la FICH pretende celebrar haciéndonos degustar (más justamente diríamos deglutir) pata flambeada, en muchas oportunidades acompañada por chopera ad hoc.

Y uno se pregunta que sentido metafísico busca atrapar la efímera pata (efímera no por su tamaño o contundencia, sino por el tiempo que dura ensartada en el vástago, sucumbiendo ante las mandíbulas voraces de nuestros docentes, en la mayoría de los casos lejanos a la condición de hambruna).

La pata podrá interpretarse como emancipadora de espíritus culpógenos;  análoga a la docena de rosas que regala quien ofendió al ofendido; equivalente a la disculpa vacía de sentido que sobreviene al insulto.

Puede entenderse también como analogía cárnica de un vino del estío, el que se bebe cuando se ha acabado el jornal, meditando sobre las bonanzas cosechadas con el arduo trabajo, a la hora en que las sombras se alargan. Aunque esta explicación es difícil de creer, al menos hoy.

También podría ser la excusa para escupir sólo palabras cortas, tan cortas como las futilidades que se entrecruzan en esos diálogos livianos y sostenidos de pie, sin previa que prepare el clima  ni análisis posterior alguno, sin que a nadie le importe demasiado lo que se dice o lo que se escucha. Diálogos de conveniencia, en los que se suceden naderías, porque de lo importante, de lo verdaderamente importante, de eso... no se habla. Y se mantiene el pacto de silencio para que no broten inconveniencias. Pacto de silencio impulsado o pacto de silencio consentido, lo mismo da: siempre es grave el resultado.

Podemos preguntarnos cuántas patas más nos encajarán en los incómodos pasillos de la FICH, cuantos cuadriles más serán necesarios para que los insultos, los agravios, las amenazas y las arbitrariedades con que se ha ejercido la autoridad y el gobierno en los últimos años sean disimulados, ya que nunca olvidados.

¿Podremos arriesgar que muchos más patas serán necesarias? 
Podremos asegurar que infinitas patas no nos alcancen.

Mientras, seguiremos preguntándonos cuánto ha sido el presupuesto gastado en servicios de comida durante los últimos 8 años de vida institucional, y pedir que se compare con el presupuesto invertido en libros para la biblioteca o en computadoras para los gabinetes, o en equipos de proyección y sonido para que docentes y alumnos no quedemos sordos o ciegos o disfónicos y con cuellos irremediablemente torcidos (y va expediente solicitando la misma información).

Y hasta que nos respondan (cosa que seguramente tomará un tiempo administrativamente prudencial), nos alcanzan y sobran nuestra libertad y nuestro discernimiento como alimento y estímulo para que
hablemos de docencia,
hablemos de investigación,
hablemos de democracia,
hablemos de ciudadanía,
hablemos de IDEAS,
pero no nos hagan engullir una sola pata más.  

Con los acontecimientos del 2013, todavía no terminamos de digerir la de la última Navidad. 

El maltrato no se olvida tan fácilmente.  Y la "camaradería" no se obliga ni se pide ni se paga: se construye con las actitudes de todos los días, en clima electoral y fuera de él.

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