We are the children

Recientemente 4 gestionantes visitaron Angola
(y Noticias FICH no lo comunicó….)


Por Piolín de Chorizo (docente de la FICH, sumergible)

            -¡Cuidado con el tejo! – me advirtió Tomatito Cherry.

            Claro; mientras observaba un campeonato del noble deporte en las pobladas playas de Las Toninas Sur, me distraje viendo el volumen de una dama echada al sol que me pareció a primera vista una marsopa varada, expulsada del Instituto del Dr. Cormillot. El tejo se dirigió, con exactitud y precisión, y de canto, al empeine de mi pie izquierdo. Impactó.

            Mientras sentía que mi escafoides se desintegraba y me invadía una oleada de santa furia e indignación, tomé el tejo (profesional, de algarrobo) y me paré sobre el pie derecho. Con la adrenalina que me invadía, estaba dispuesto a hacer sapitos con el tejo por lo menos hasta Angola. Apunté a ojo y disparé.

            Seguí al tejo con la vista mientras rebotaba en las olas y sobrepasaba a la banana volteadora, hasta que chocó contra un palo vertical con un ruido metálico que se escuchó hasta Mar del Tuyú.

            Se oyó inmediatamente una sirena ronca igual a la que escuchábamos en los submarinos aliados cuando una carga de profundidad dejada caer por algún acorazado nazi reventaba cerca y se creaba alguna vía de agua. Y allí, en los mismísimos remolinos atlánticos de Las Toninas emergió el Setubalito, espantando algunas gaviotas y un par de biguás de agua salada que intentaban disputar algunos camarones a las aguas vivas.

            El último recuerdo que yo tenía del Setubalito era cuando estaba con el motor apagado, frío y deshabitado, atado del periscopio con un nudo ballestrinque a una columna de alumbrado en frente de la Reserva Ecológica de la Costanera Este de Santa Fe, después de ser invadido y vaciado de su contenido por las perfumadas huestes de la Gestión y sus Honorables Damas Patricias.

            Imaginen, amigos lectores, parientes, vecinos y colegas, mi sorpresa y consternación. ¡Desde la Setúbal a Las Toninas! ¿Cómo fue posible? ¿Quién lo conducía? ¿Acaso no nos fue confiscado? ¿No debía estar en algún depósito fiscal, sin el espejo retrovisor ni la hélice de repuesto, ni el medidor de profundidad? ¿Habría sido rescatado por los dinosaurios geerredeanos sin que lo den a publicidad? Ah, cuántas dudas.

            Dudas que no tardaron en desvanecerse. “Al grito de ¡Nos atacan! ¡Sálvense quien pueda!” se abrió la escotilla, salió un largo tablón de madera y detrás del mismo cuatro conocidos gestionantes, los que montaron a horcajadas en la madera y se acercaron a la costa remando con las manos.

            Me abrí paso hacia ellos, rengueando entre la multitud de chocleros, pirulineros disfrazados de Mickey y Minnie, pancheros, vendedores de licuados de frutas, pororó, sartenes paelleras y tangas y pareos. Entre todos los vendedores se destacaba un negro que de tan negro parecía azul, con una vistosa gorra jamaiquina y un paraguas de terciopelo negro con borlas doradas repleto de pulseras, relojes y bisutería dorada.

            Uno de los gestionantes desembarcados vio al negro, se le acercó y se fundió con él en un prolongado y afectuoso abrazo.

            -¡Hermano! – decía, entre hipos de emoción - ¡Volvimos a encontrarnos! ¡Sin darnos cuenta pegamos la vuelta!

            Mientras intentaba apartarse y proteger su mercadería, el negro decía:

            -Desculpe-me, senhor. Eu não sei você.

            Ahí fue cuando los otros tres levantaron la cabeza y, codeando al gestionante saludador, le susurraron:

            -Che, mirá bien donde estamos. Además ahí está Piolín, y ése no vino con nosotros.
            Y ahí me acerqué, con una amplia sonrisa.

            -¡Muchachos! Bienvenidos al pago. ¿Qué andan haciendo por acá, montados en el Setubalito? Vengan, arrímense y háganse amigos. Estamos tomando unos mates con Tomatito.

            Mientras hacíamos una rueda y la multitud se dispersaba, me dijo uno de ellos:

            -Estamos viniendo desde Angola y se nos rompió el GPS. Pero mirá qué casualidad, venir a parar justo a Las Toninas… Una suerte, desde acá no estamos lejos.

            -¡Pero en Setubalito, che! ¿No estaba confiscado?

            -Lo de-confiscamos para el viaje. El presupuesto no daba para avión ni crucero, así que le sacamos un poco de gasoil al tractorcito que corta los pastos, algún pesito que distrajimos de algún proyecto, un GPS y un sonar que nos alquiló a bajo costo el Turco Huespe, y ya teníamos para ir. Y para volver, nos ayudó Cristóbal López.

            -¡Pero eso es malversación de fondos! ¿Y Cristóbal López los ayudó? ¿Qué demontres  fueron a hacer a Angola, nada menos?

            -Vamos por partes, estimado Piolín. Sí; es malversación, pero eso es un pecadillo prácticamente venial. La Regla 3 del Decálogo del Buen Gestionante dice que ningún proyecto, ninguna oficina de gestión, ningún presupuesto, ningún organismo funciona si no hay malversación. En su justa medida y armoniosamente, como decía el General. Esto quiere decir bien prolijo, entendiste, sin pruebas. Y si hubiese alguna prueba, se hace un ironmountaingate y listo. La Regla 1 dice “Vender, vender y vender”, y básicamente eso fuimos a hacer a Luanda. América nos quedó chica y queremos instalar una sucursal de la FICH en Luanda, otra en Huambo y una tercera en Lobito.

            -¿Pero qué les vamos a vender a los angoleños? ¿Ingenieros en Recursos Hídricos, Topógrafos? ¿Ingenieros en Sistemas? ¿Ambientales?

            -Ingenieros no, idiota. Ingenierías. Posgrados. Especializaciones. Imaginate que Angola es uno de los países con menor ingreso per cápita y menor esperanza de vida del mundo. Nos necesitan. Además, después de Cuito Canavale no quieren saber nada con Sudáfrica, que podría hacernos algo de competencia, y además, producen diamantes y petróleo. Pero el secreto no está ahí.

            -¿Y dónde está el secreto, si puede saberse?

            -No te lo podemos decir. Dejaría de ser secreto.

            Mientras se encaminaban hacia la tabla que habían usado para llegar a la playa -  que no era una tabla de madera cualquiera, era una máscara tribal bakongo que se habían traído para decorar la Sala del Consejo Directivo – uno de ellos (que resultó ser el Punto Focal para el Desarrollo Conjunto Argento-Angoleño) se dio vuelta y me susurró:

            -El secreto está en los videojuegos a moneda. Los desarrollaremos e instalaremos en los suburbios más pobres de Luanda y en el exclave de Cabinda. Les vamos a sacar hasta lo que no tienen. Nos financia Cristóbal López, y por eso nos prestó algunos bidones de gasoil. De esto, ni palabra. Chau.

            Con gesto benévolo, me tendió un diskette con la grabación, en vivo, de “USA for África”, cantada por el Coro de la Universidad Nacional del Litoral. Miré con cuidado, y no decía USA for África. Decía “África for us”.

            Mientras el cuarteto gestionante se alejaba, escuché que entonaban, bastante afinadamente:

“We are the world, we are the children
We are the ones who make a brighter day
So lets start giving

Theres a choice we're making
We're saving out own lives
Its true we'll make a better day
Just you and me”


            Seguí escuchando la canción hasta que el ruido del rompiente en pleamar la tapó. Mientras el Setubalito ponía rumbo al Norte y se sumergía con su carga en el crepúsculo atlántico, una solitaria gaviota sobrevolaba el periscopio, gritando melancólicamente.

            Y no me lo pregunten, queridos lectores, amigos, colegas, parientes y vecinos. Podría jurar que era el mismísimo espíritu de Michael Jackson.

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