ANDRÉS CARRASCO BAJO LA LUPA DEL CONICET
Las consecuencias de investigar sin obedecer a las
corporaciones son reveladas en esta nota por Darío Aranda.
MU, el periódico de lavaca (marzo 2014 / año 8 / número 74)
Una
especialista en filosofía budista, un científico ligado a las empresas de
agronegocios y un académico denunciado por su rol durante la dictadura.
El
doctor Andrés Carrasco, que marcó un punto de inflexión en la discusión sobre
el modelo agrario argentino, ha visto negada su promoción en el ámbito
científico tras un dictamen del CONICET realizado por esos tres evaluadores
insólitos. El trasfondo es un modelo de ciencia al servicio de las corporaciones.
Carrasco
ha denunciado por persecución ideológica al presidente del CONICET, Roberto
Salvarezza y al ministro de Ciencia, Lino Barañao.
El
estallido
Descubrimientos
genéticos relacionados con el desarrollo de los vertebrados (genes Hox), la
presidencia del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET), la jefatura del Laboratorio de Embriología Molecular de la UBA, la subsecretaría de Investigación Científica en
el Ministerio de Defensa durante la gestión de Nilda Garré, el reconocimiento en
el mundo científico. Ese era un ínfimo pantallazo que podía brindarse de Andrés
Carrasco en 2009, cuando conoció la situación de las Madres de Ituzaingó Anexo
de Córdoba, que denunciaban los casos de cáncer, malformaciones y enfermedades por
los campos de soja y las fumigaciones que rodeaban al barrio.
Carrasco
experimentó con glifosato en embriones anfibios: demostró trastornos en la
formación del cráneo y cerebro, intestinales y cardíacos. Fue tapa del diario Página
12, y despertó una campaña de desprestigio que incluyó amenazas anónimas y
presiones políticas.
“Sólo
confirmé lo que otros científicos ya habían descubierto”, dijo, y respondió a quienes
lo difamaban: “Saben que no pueden tapar el sol con la mano. Hay evidencias científicas,
y centenares de pueblos que son la prueba viva de la emergencia sanitaria”.
El
ministro Barañao descalificó la investigación desde el programa televisivo de Héctor
Huergo (editor de Clarín Rural). Cuestionó que el trabajo no hubiese
sido publicado en una revista científica (supuesta forma de validar si un
trabajo tiene rigor o no), cosa que ocurriría poco después, en la revista Chemical
Research in Toxicology.
El ministro ordenó además que el Comité Nacional de
Ética en la Ciencia y Tecnología (CECTE) evaluara a Carrasco: reconoció ante este
periodista que había pedido esa evaluación ética, asumió que había aportado
bibliografía de empresas del agro y defendió su participación en usinas
mediáticas del agronegocio. Otilia Vainstok, del CECTE, también entrevistada,
se enojó ante los temas propuestos, se negó a responder preguntas y avisó: “Esta
nota no saldrá. Soy amiga de las autoridades del diario”, en referencia a Página
12. Paradójico: la autoridad de un comité de ética amenazó con censura previa.
La nota nunca salió.
Wikisoja
Los
ataques se multiplicaron, mientras Carrasco era invitado a pueblos argentinos y
universidades del mundo para exponer. Renunció a su cargo en Defensa para “evitar
las presiones de Barañao sobre la ministra”.
En
2010, el CONICET le prohibió participar de una charla en la Feria del Libro.
Meses después, en Chaco, una patota golpeó a los asistentes a una charla de
Carrasco, quien fue amenazado y retenido dentro de un auto (rodeado por la
patota) durante dos horas.
En
marzo de 2011, se conoció un cable filtrado por Wikileaks: la Embajada de
Estados Unidos en Buenos Aires había ejercido lobby para defender el glifosato
y a la empresa Monsanto.
Carrasco:
“Sabemos que operan junto a ámbitos científicos que les realizan estudios a
pedido, medios que les lavan la imagen y sectores políticos que miran para otro
lado frente a los casos de cáncer y malformaciones que se reiteran en todas las
áreas con uso masivo de agrotóxicos”.
En
septiembre de 2013 sucedió lo inesperado. La negativa de su promoción de
Investigador
Principal a Superior, el último escalón de la carrera, un reconocimiento por
sus contribuciones, formación de recursos humanos, prestigio, gestión. “Dudé en
hacerlo público, pero creo que es importante mostrar que se puede discutir con
el CONICET”.
En
tres carillas, el dictamen plantea que Carrasco no elaboró gran cantidad de
publicaciones importantes. “En lo cuantitativo, esconden datos, y en lo
cualitativo, ignoran el peso de las contribuciones, su importancia e impacto”.
Budismo
y desapariciones
La Comisión tuvo tres “miembros informantes”. Carmen
Dragonetti, especialista en filosofía budista; Néstor Carrillo, científico
ligado al agronegocio, y Demetrio Boltoskoy, licenciado en zoología y doctor en
ciencias biológicas, secretario académico durante la dictadura militar de la
Facultad de Ciencias Exactas de la UBA.
Carrasco:
“No se entiende cómo Dragonetti puede evaluar mi trayectoria en embriología molecular.
Y Carrillo tiene conflicto de intereses, debió excluirse porque él y las
empresas con las que él tiene relación defienden la tecnología transgénica en
cultivo de alimentos. Mi investigación cuestionó ese modelo”.
Sobre
Boltoskoy, el Consejo Directivo de Exactas no reunió los votos para promoverlo en
2004. Se explicó que “perdió los votos necesarios por no reunir los méritos éticos
suficientes, habiendo ejercido durante la última dictadura un cargo ejecutivo en
la Facultad”, en la que hubo 65 desaparecidos.
Descargo
Carrasco
envió una carta al presidente del Conicet, Roberto Salvarezza, solicitando la
reconsideración del dictamen y recusando a los evaluadores. “Utilizan una
retórica que apunta a minimizar mi rol en el descubrimiento de los genes Hox en
vertebrados en 1984” ninguneo utilizado para “descalificar mi participación en uno
de los descubrimientos más importantes de las últimas tres décadas para la
Biología del Desarrollo”.
Señala
que el dictamen no considera la relevancia de la investigación sobre glifosato y
su impacto en salud animal y humana, ni cómo “el estudio ayudó a poner en
evidencia que al menos una parte de la información suministrada por las
empresas en sus reportes técnicos había sido ocultada durante el proceso de
aprobación y clasificación de la toxicidad del glifosato”.
Destaca que el
trabajo fue una contribución gratuita (no patentada) desde una “concepción de ciencia
independiente, al servicio de la sociedad, sin relaciones condicionantes de
intereses privados o informes confidenciales que bloquean la información
sobre
los riesgos manufacturados que produce la tecnología”.
Recuerda
además que los resultados de su investigación “hoy son aceptados y reafirmados en
la comunidad científica del mundo no ligada a los intereses de las
transnacionales de agronegocios”. Y apunta de lleno al CONICET, al que adjudica
“acciones punitorias en sinergia con los ataques de multinacionales,
funcionarios,
productores” que buscan “silenciar las evidencias que iban en sentido inverso
de la conveniencia política”.
Consideró
insólito al elenco encargado de la evaluación, aclarando que Néstor Carrillo está
vinculado científicamente a empresas como Monsanto a través de Bioceres, y a
los grupos defensores del modelo de agronegocios. “Su defensa de la tecnología,
además de sustentarse en simplificaciones científicas” resulta “sospechada de
estar sesgada por los intereses a los que adhiere”. Postula Carrasco que este
tipo de evaluaciones son “hechos de violencia institucional para ‘desaparecer’
la voz del otro diferente” frente a la libertad académica, que se encuentra amenazada
en tanto refute las bondades de los transgénicos o denuncie complicidades con
multinacionales”.
Considera
que el CONICET “puede construir prestigios funcionales a las políticas hegemónicas,
mientras destruye otros –de los disidentes- por obediencia debida al poder de
turno” mientras “defiende intereses corporativos (empresarios)”.
El
escrito de Carrasco exige la reconsideración del dictamen y propone un jurado internacional,
ajeno a las disputas políticas y presiones locales, para evaluarlo.
No
tuvo respuesta.
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