UNA DIETA DE PASTAS RELLENAS

Parte 3 – Si querés te explico lo de Manning


Por Piolín de Chorizo (docente de la FICH, añorando el asadito)

Retomé mi camino rumbo al barrio.

            En un suburbio de más o menos cuarenta manzanas no debía ser tan complicado ubicar una fábrica nueva de pastas, y menos si se pregunta a los vecinos.

            No. Nadie estaba enterado. Cerca de la playa Los Alisos vi un grupito de jóvenes y me acerqué, confiado.

            -Buenos días, caballeros. ¿Podría alguno de ustedes darme noticias sobre la inauguración de una fábrica de pastas en este vecindario?

            Se miraron entre ellos, y casi vi en el aire el flujo de comunicación muda que se establecía. Al final uno de ellos me miró y señaló, sin decir palabra, una ventanita enrejada medio escondida entre dos palmeras enanas.

            Golpeé la ventana, se abrió una mirilla y se vio un par de ojos.

            -¿Sí? ¿Deseaba el caballero?

-Buen día. ¿Tiene ravioles?

-Pero claro. ¿Cuánto querría?

-Cuatro planchas. Más o menos un kilo.

Los ojos se abrieron como platos. La mirilla se cerró de un golpe, y de un pasillo lateral salieron dos gentilhombres con lentes oscuros y aspecto de levantadores de pesas en retiro efectivo, que me rodearon, me cachearon concienzudamente y me tomaron amablemente de los codos y de la nuca. Así inmovilizado vi que salía el señor poseedor de los ojos en la mirilla, que me escrutó con muchísimo detalle.

-¿Sería tan amable de repetirme su pedido?

-Cómo no, caballero. Un kilo de ravioles.

-Excúseme. No creo que podamos satisfacer su petición. Vendemos pasta solamente al por menor; más de cinco ravioles ya es al por mayor y tendría usted que recurrir a otro dealer.

-Lamento haber ocupado inútilmente su tiempo, señor. Le ruego me disculpe. Gracias y hasta otra oportunidad.

En realidad, mis lectores amigos, parientes, colegas y vecinos, el diálogo no se desarrolló con tanta urbanidad. Fue muy áspero; en algún momento se dudó de mi virilidad, de la santidad de mi madre y de mi hermana y hasta de mi padre, se supuso que yo formaba parte de las fuerzas de la ley y del orden, se exageró el tamaño de mis órganos sexuales… y por último fui arrojado, sin mayores miramientos, contra el tronco de un aliso que crecía cerca de la vereda.

¿Qué clase de venta de pastas tendría esta gente? ¿Cómo serían sus ravioles? Debían ser muy grandes para que vender más de cinco sea una venta mayorista. Y yo seguía sin poder usar el precioso billete que estaba en mi bolsillo.

No los entretendré más con esto, amados lectores. Sepan que al fin ubiqué la maldita fábrica de pastas, que el maldito billete apenas me alcanzó para tres planchas, un cuarto kilo de carne picada común, de color blanquecino-amarillento-grisáceo-verdoso, y tres tomates muy blandos, en oferta especial del día. Confieso haber robado dos hojas de laurel.

Los ravioles nos parecieron deliciosos.

Ya en la sobremesa, le comenté a Tomatito que tenía que ponerme a llenar una planilla más, la de “Productividad Docente”, y que iba a aprovechar la siesta para terminarla.

-¡¿Productividad Docente!? ¿Qué es eso?

-Nada, una planilla más. A algún genio se le ocurrió hacer un seguimiento de la “productividad” contando el número publicaciones en congresos nacionales o no, revistas, simposios, seminarios, libros, apuntes de cátedras y otros que cada docente realizó el año pasado, si habías cumplido con trabajos de extensión, y no me acuerdo qué más.

-¿Pero acaso no tenés que declarar eso cuando la Coneau te categoriza? ¿Y cuando llenás el SiGeVa? ¿No bastaría con cruzar la información?

-Sí, pero te explico. Aparentemente hay una organización, en la Facultad (y me imagino que en la Universidad y otras facultades también) que tiene como función inventar ravioles virtuales para rellenarlos, en lo posible, con ñoquis reales.

-No seas potz. Una pasta rellena no puede rellenarse con otra pasta. Sería una redundancia inútil y desagradable.

-Te sigo explicando. Los ravioles son los cuadraditos que forman un organigrama, y los ñoquis serían los parásitos del relleno. Gente que era necesario incorporar al sistema, ya sea porque había que pagar una factura, o un favor, o era una parásita bonita con el secundario completo. De algún lugar de esta estructura surgió la planilla, producto del ocio, o de una borrachera, o de una mala digestión.

-Disculpame, mi Piolincito. A mí no me parece mal, para nada.

-¡¿Estás demente?! ¡Una exigencia más, un obstáculo más para el trabajo productivo, una pérdida de tiempo que podría subsanarse con un enroque informático! Además, el término “productividad”, ¿No te suena a neoliberalismo descarnado, facultad-fábrica, rentabilidad? ¡La conducción de nuestra Facultad se golpea el pecho y se proclama reformista pero fue y es menemista de la primera hora! Discípulos de Cavallo y de Milton Friedman.

-Insisto en que no me parece mal, y si dejás de gritar te explico el porqué, corto y al toque. Esa planilla es el producto de una organización que está privilegiada con altísimos salarios, regímenes de licencias y vacaciones que ustedes no tienen, estabilidad, carrera y un montón de cosas más que los diferencian muchísimo de ustedes. Además, si ustedes no se reconocen a sí mismos como trabajadores mal pueden pretender que otros lo hagan por ustedes. Un trabajador no se deja avasallar de la manera en que los docentes universitarios se dejan. Desde el Ministerio les toman el pelo. Les congelan los sueldos – te aclaro que es el único caso que conozco – no tienen vacaciones, no pueden comprar años de aporte para poder jubilarse, la mayoría de ustedes tiene contratos basura, eligen autoridades mediante sistemas decimonónicos (colegios electorales a esta altura de la democracia, haceme el favor), tienen sindicatos fracturados y complacientes o tibiamente contestatarios. Y encima, ¡sus autoridades tienen sus sueldos atados a los de ustedes!, con lo que las luchas salariales de ustedes los favorecen a ellos.

-En esto último existe una contradicción, corazoncito mío, Tomatito amado, componente de todas mis ensaladas. No nos apoyan en nuestros pedidos salariales; yo diría que los bombardean. Entonces…

-Entonces nada, potz. La diferencia entre los sueldos de ellos y los de ustedes es ya tan astronómica que no les interesa apoyar nada, y además sus cargos hacen que obtengan pingües beneficios. Sin contar las prebendas propias y negociados, fijate que un solo día de viáticos de cualquiera de ellos es superior a cualquier aumento que ustedes logren. Ya están mucho más allá de cualquier lucha salarial; son patrones. Si ustedes logran algo, para ellos será un beneficio extra, una ganancia colateral. Nada más. Lo que deberían hacer, entre otras cosas, es luchar para que los sueldos del funcionariado se desenganchen de los sueldos de ustedes. Y así te darás cuenta que para sostener toda esa estructura hacen falta una sola cosa: una buena fábrica de ravioles rellenos con ñoquis adictos. Sobra para aplicar la teoría del control social.

-¿Control? ¿A qué te referís?

-¿Se puede saber en qué kiosco compraste todos tus posgrados? ¿Yo, docente especial, te puedo explicar lo de Durkheim y Hirschi, y vos, dottore, abrís la boca y me preguntás lo que es eso?

-Si querés te explico lo de Manning y lo de Muskingum – contesté, con cara de virgen ofendida.

                ... (Continúa la próxima semana en parte 4 y final: Más claro, echale agua)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deje su mensaje, y debajo, su nombre y email.