Por Pacho
O’Donnell
Pagina 12 del 14/3/15
El
gobierno nacional declaró 2015 Año del Bicentenario del Congreso de los Pueblos
Libres mediante el decreto 28/2015, firmado por la presidenta Cristina
Fernández de Kirchner.
La
medida, publicada en el Boletín Oficial, explica entre sus considerandos que
“el denominado Congreso de los Pueblos Libres, también conocido como Congreso
de Oriente, Congreso Oriental o Congreso del Arroyo de la China, reunido a
partir del 29 de junio de 1815 en la ciudad de Concepción del Uruguay,
provincia de Entre Ríos, constituyó un acontecimiento de gran importancia
histórica, siendo considerado como la Primera Declaración de Independencia del
Río de la Plata”.
El
gobierno nacional declaró 2015 Año del Bicentenario del Congreso de los Pueblos
Libres mediante el decreto 28/2015, firmado por la presidenta Cristina
Fernández de Kirchner.
La
medida, publicada en el Boletín Oficial, explica entre sus considerandos que
“el denominado Congreso de los Pueblos Libres, también conocido como Congreso
de Oriente, Congreso Oriental o Congreso del Arroyo de la China, reunido a
partir del 29 de junio de 1815 en la ciudad de Concepción del Uruguay,
provincia de Entre Ríos, constituyó un acontecimiento de gran importancia
histórica, siendo considerado como la Primera Declaración de Independencia del
Río de la Plata”.
Sin
duda la medida sorprenderá a muchos, pues es otro tema de singular
trascendencia oculto por la historia oficial. Tanto es así que desaparecieron
las actas. Fue en dicho Congreso, convocado por Artigas, y no en el de Tucumán,
donde por primera vez se proclamó la independencia de nuestra Patria.
Reivindicar el entrerriano de ninguna manera supone devaluar el tucumano, ya que
a ojos vistas son complementarios, pues este último reunió a las provincias
andinas, las cuyanas, las del noroeste y las altoperuanas, a las que se sumó
Buenos Aires luego del fracaso de su intención de organizarlo en su territorio.
En cambio, el de Concepción del Uruguay convocó a las provincias litorales: la
Banda Oriental, Misiones, Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe, a las que se
agregó una parte de Córdoba. Todas ellas dominadas por el bando federal, razón
por la cual quienes escribieron nuestra historia, los vencedores de las guerras
civiles del siglo XIX, los unitarios rebautizados liberales, decidieron,
descabelladamente, omitirla.
La
asamblea de diputados se celebró el 29 de junio de 1815 en la villa de
Concepción del Uruguay, entonces también conocida como del Arroyo de la China,
capital de la provincia de Entre Ríos. Las provincias que concurrieron fueron
los llamados Pueblos Libres, las provincias federalistas, voluntariamente
sujetas al Protectorado de Artigas. Las actas se han perdido, pero por
comunicaciones de Artigas se sabe que una de sus resoluciones fue la
declaración de la “independencia no solo de España sino de todo poder
extranjero”, y que serían independientes según el sistema republicano y
federal. Con esto se cumplía el anhelo expresado en las instrucciones a sus
delegados a la Asamblea del Año XIII, la primera de las cuales exigía
taxativamente la inmediata declaración independentista, a lo que los delegados
porteños y sus aliados provinciales eran renuentes, siendo ése uno de los motivos
de la expulsión de los delegados orientales. No quedan dudan entonces de que el
federalismo de los Pueblos Libres no desaprovecharía la primera oportunidad que
se le presentase.
Originalmente
el Caudillo había convocado a dos congresos, uno para los municipios de la
República Oriental, en Mercedes, y otro en Concepción del Uruguay, para las
tres provincias mesopotámicas. Finalmente los unificó en el de Entre Ríos.
La
elección de los delegados al Congreso se regía por una notable circular en la
que quedaba claro el voto universal, sin distinción de clases, “encargando muy
particularmente que los ciudadanos en quienes la mayoridad de sufragios haga
recaer la elección para diputados, sean inmediatamente provistos de sus
credenciales y poderes, y se pongan con toda prontitud en camino”.
El
Reglamento enviado al Cabildo de Montevideo era explícito: “Los ciudadanos de
cada departamento concurrirán desde las nueve de la mañana hasta las cinco y
media de la tarde del día subsiguiente á la recepción de la orden de esta data,
a las casas que indiquen los respectivos presidentes, á nombrar tres electores
correspondientes á su distrito.
“El
voto irá bajo una cubierta cerrada y sellada: y el sobre en blanco. En la mesa
del presidente firmará todo sufragante su nombre en el sobrescrito, que también
se rubricará por aquél, y un Escribano que debe serle asociado. El Escribano
numerará y anotará los papeles entregados por los votantes echándolos en una
caja, que concluida la hora se conducirá cerrada al Muy Ilustre Cabildo, el
cual abrirá las cuatro sucesivamente, y cotejando en cada uno los votos con la
numeración y anotación procederá al escrutinio.
“(...)
Se pondrá muy particular esmero en que todo se verifique con la mayor sencillez
posible, cuidando que el resultado sea simplemente la voluntad general.”
Quizá
pueda afirmarse que la esencia política del federalismo de entonces sea el
“sufragio universal” abierto a todos los que desearan expresar su voto, sin
distinción de ninguna especie, tan opuesto al elitismo de las “clases decentes”
del unitarismo porteño y sus aliados provinciales. Así lo estableció el
Reglamento de 1815, también las constituciones de los Pueblos Libres, Santa Fe
y Entre Ríos. Y lo admirable es que en aquellos tiempos no había sufragio universal
en Estados Unidos ni en Francia ni en Inglaterra, ni en ningún otro país sobre
la Tierra.
Era
el pueblo, el mismo que había elegido a Artigas como Protector, el que
libremente debía decidir sobre sus representantes, alejados de la villanía
oligárquica de elegir a dedo a quienes cuidarían de sus intereses y sus
privilegios.
Cuando
Artigas tomó conocimiento de la declaración de independencia en San Miguel de
Tucumán, un año y diez días más tarde que la de su Congreso, escribió al
director supremo Pueyrredón, el 24 de julio de 1816:
“Ha
más de un año que la Banda Oriental enarboló su estandarte tricolor y juró su
independencia absoluta y respectiva”.
En
el Congreso, como estaba planeado, se trató la política agraria y el comercio
interprovincial y con el extranjero, resolviendo que se confeccionara un
reglamento para el fomento de la campaña, poblada por inmensos latifundios que
despoblaban y no explotaban las feraces pampas litorales. En cumplimiento de
ello Artigas sancionó, el 10 de septiembre de 1815, el Reglamento Provisorio de
la Provincia Oriental para el Fomento de la Campaña y Seguridad de sus
Hacendados, que fue la primera reforma agraria de Latinoamérica. Consistía en
la confiscación de propiedades de “malos europeos y peores americanos”, adversarios
de la revolución patriota, para distribuirlas y así ser leales con las bases
populares que constituían la fuerza del artiguismo.
En
su articulado podía leerse:
“6.
El Sr. Alcalde Provincial y demás subalternos se dedicarán a fomentar con
brazos útiles la población de la campaña. Para ello revisará cada uno, en sus
respectivas jurisdicciones, los terrenos disponibles; y los sujetos dignos de
esta gracia, con prevención, que los más infelices serán los más privilegiados.
En consecuencia los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los
criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suertes de estancia, si con su
trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad, y a la de la Provincia”.
Que
no pase inadvertida la decisión de privilegiar a “los más infelices”,
calificación que abarcaba a los excluidos de la “civilización” oligárquica
rioplatense: los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los
criollos pobres. El artículo 7º establecía que “serán igualmente agraciadas las
viudas pobres si tuvieran hijos. Serán igualmente preferidos los casados a los
americanos solteros, y éstos a cualquier extranjero”.
De
acuerdo con una reglamentación estricta para el fiel cumplimiento de lo
dispuesto, se repartieron en propiedad parcelas de legua y media y se
entregaron de cien a cuatrocientas cabezas de ganado a cada favorecido, con la
prohibición de revender y la obligación de montar el establecimiento rural en
dos meses.
Estas
medidas, no podía ser de otra manera, aumentaron la oposición de las
dirigencias rioplatenses, que se consideraban las únicas con derecho a explotar
las feraces tierras de las provincias ahora dominadas por el federalismo
popular. Pues la explotación agrícolo-ganadera, producción casi exclusiva de la
región, era la base de su riqueza y de su posición social.
Salvo
Córdoba, que lo hizo con una escuálida representación que enarboló sin éxito
ideas federalistas, ninguna de esas provincias concurrió al Congreso de Tucumán
en 1816. Lo consideraron innecesario pues ya habían asistido al de Oriente, en
Arroyo de la China, hoy Concepción del Uruguay, hace ya 200 años. Es tiempo de
ponerlo en superficie y darle la importancia que se merece, como hace cuatro
años se hizo con la epopeya de la Guerra del Paraná, inmortalizada como Vuelta
de Obligado.
Para escuchar junto con la lectura:
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