El verdadero efecto derrame

(por Piolín de Chorizo, docente de la FICH, no sabe nadar)

            Así es, queridos amigos y parientes, fieles lectores de este escriba de destilados alegres. Se viene el agua.

            El Paraná, el Paraguay, el Iguazú, el Uruguay y otros riachuelos, algunos pequeños y otros no tanto, se han transformado todos en gigantes arrasadores de poblaciones, familias, bienes y sueños.

            Estuvimos avisados. Alguna vez dije que algo menos de la mitad de las grandes inundaciones se daban sin El Niño y algo menos de las grandes sequías se daban con El Niño. Esta vez el pastorcito gritó que estaba el lobo y ahí estaba.

            Pero seamos realistas. Los únicos perjudicados son los inundados, pocas decenas de miles, una minúscula porción de una Nación feliz.

            Se abren millones de oportunidades para el emprendedor privado, chances de enriquecerse y beneficiarse del incipiente nacimiento de esta movilidad social hacia arriba, tan cara a la noción de progreso.

            Veamos. No hay duda de que la inundación se viene. Podemos verla en el decreciente gálibo de nuestros puentes, en las islas de camalotes, en las emocionantes fotos de Concordia (que a nosotros, los santafesinos, nos parecen reediciones de documentos de ya casi trece años) y de otras ciudades e islas ribereñas, y en las vaquitas ajenas que, devenidas en navegantes, cruzan las procelosas aguas de nuestros embravecidos ríos a bordo de lanchones jaula con destino a feed-lots de tierra adentro, a pasturas con suelo firme o a mataderos o frigoríficos con grandes cámaras que tienen a la famosa Cuota Hilton en vista.

            Pero estas cosas son lo de menos. Como insinué antes, es nuestro deber ver el aspecto positivo de las cosas. La felicidad es nuestro objetivo.

            Empecemos por lo que tenemos más cerca y más conocemos: los organismos que tienen algo que ver con el agua: el Instituto Nacional del Agua, la Prefectura Naval, Defensa Civil.

            Me los imagino a todos aleteando en los pasillos, con cara de preocupadísimos, mirando pantallas y pilas de papeles, consultando las últimas alertas del Servicio Meteorológico Nacional y los pronósticos. En realidad están contentos; tienen algo que hacer. Correr modelos de todo tipo, medir, sacar fotos a los huevos de los caracoles, alquilar vuelos en helicóptero y en avionetas, implantar en la sociedad la “carrera del pico”: hacer apuestas sobre cuándo va a llegar el pico y qué altura va a tener en cada puerto.

            Este es otro motivo por el cual se van a mover también los trabajadores de prensa: reportajes a expertos, fotos de lo que se viene, cálculo de daños, mapas de riesgo elaborados por ellos mismos u ofrecidos por los expertos antes mencionados, generalmente Directores o Secretarios de algo que aprovechan la bailanta para mostrar su preocupación y para remarcar que ellos ya lo habían dicho y que los Planes de Contingencia ya están listos desde hace mucho. Que hay que ocuparse, no preocuparse.

            Vamos ahora a quienes no son tan cercanos a mí. Los contratistas, subcontratistas y dueños de equipos movedores de tierra.

            Claro: se declaró, o se declarará, la “emergencia hídrica” y se llegará a un “estado de alerta”.

            A lo mejor conviene decir lo que significa “emergencia hídrica”, ya que no todos lo sabemos. La declaración de tal estado implica que se debe trabajar en la prevención para distintos escenarios de crecidas y eventos pluviales, debiendo la acción de gobierno encontrarse preparada en forma inmediata. En este sentido, se debe definir una asignación de fondos por una gran millonada de pesos para “el cumplimento de los objetivos”, y las tareas necesarias.

            El secreto está en las palabras en forma inmediata. En esta forma, la inmediata, se supone que no habrá licitaciones, y quizá ni siquiera un simple concurso de precios. El reforzamiento de las defensas, la compra de combustible, el alquiler de equipo pesado y liviano, móviles flotantes, vuelos, el trabajo de expertos con o sin curriculum, y muchas cosas más que seguramente se me están pasando por alto, se harán por contratación directa. Pingüe oportunidad de movilizarse socialmente para muchos; he aquí una consecuencia del efecto “derrame” (transferencia de los bienes y responsabilidades del estado hacia el sector privado).

            En cuanto al estado de alerta, podrá visualizarse directamente. La mirada avizora, el gesto preocupado, las compras de café y las reuniones a cualquier hora nos darán la pista.

            Vamos ahora a las vaquitas y sus dueños. Como todos sabemos, la carne (y todo lo que se puede pesar y medir) bajó: el kilo pesa ahora seiscientos gramos. Y esto no es broma; es parte del neolenguaje anunciado por Huxley y hoy la prensa y los poderes dominantes nos obsequian a cada hora con miles de ejemplo de esta guisa. Y es por eso que los dueños de las vaquitas – los sueños son de nosotros – están felices con esta movilidad vacuna. No les importa tener que sacarlas de las islas; son simplemente unos pesitos menos al lado de la tonelada de guita que les va a dejar cada vaca. Tal es así que nuestros productores ganaderos están emprendiendo una nueva lucha: que el corte de lomo, ya que es consumido solamente por los enfermos, sea reconocido por las obras sociales. Compañeros ganaderos, vuestra lucha es la nuestra.

            Sería entrar en un detalle ocioso lo que van a atesorar los dueños de los lanchones. Magnífica oportunidad de duplicar y hasta triplicar el precio de la vaca transportada por hora. Más movilidad social ascendente.

            ¿Y los dueños de los feed-lots? Están dando turnos; las plazas hoteleras de estos alojamientos volaron hacia las nubes, y ni hablar de los dueños de los campos con pasturas, que las tienen a precio de caviar de esturión beluga. Y discúlpenme, amigos y vecinos: aquí empiezo a copiar y pegar porque lo de escribir a cada renglón “movilidad social ascendente” ya me cansa. Vean: Más movilidad social ascendente. Copiado y pegado.

            ¿Qué pasará con los frigoríficos? Dada la emergencia, intentarán comprar al ganado en pie al precio de carne de carancho viejo pero no lo lograrán: tendrán que pagarlo al precio de Liniers, lo que favorece muchísimo al productor, ya que su kilo pesa ahora seiscientos gramos pero se lo pagan como kilo, y al exportador, que lo vende a precio de la vaca en Tokio, París o Nueva York. Más movilidad social ascendente.

            Dejemos ahora a los grandes grupos económicos y vamos al por menor.

        Electricistas: es vuestro momento. Cuando bajen las aguas podrán intentar recuperar electrodomésticos como heladeras, microondas, licuadoras y batidoras, taladros y amoladoras, y tantos otros artefactos que los inundados no habrán podido salvar del avance de las aguas. No tengan compasión; es la oportunidad que tendrán de tener más movilidad social ascendente.

            Fabricantes de electrodomésticos: podrán renovar, con planes de facilidades, todos los aparatos que los integrantes del gremio de la frase anterior no habrán podido reparar. Y si no los tienen en existencia, aprovecharán la apertura de las exportaciones para vender todo el producto del trabajo esclavo de Shanghai, Vietnam o Sri Lanka. Más movilidad social ascendente.

            Albañiles, maestros mayores de obra, plomeros, gasistas, electricistas: vayan imaginando el sinfín de reparaciones que podrán hacer en las viviendas que estuvieron bajo el agua. Más movilidad social ascendente.

            Muebleros: ¿creen por ventura, que los productos que ustedes venden, hechos en aglomerado forrado con papel pintado y vendido al precio de ebanistería en madera de raíz de nogal o cerezo, podrán aguantar diez segundos debajo del agua sin convertirse en un montón de aserrín mojado? No. No lo crean. Ahora, después de las aguas, podrán vender sus productos al precio de ebanistería en raíz de nogal, cerezo o ébano al precio de antigüedad egipcia auténtica, en condiciones de uso. Eso sí, con planes de facilidades. Más movilidad social ascendente.

            Fabricantes e intermediarios de ropa, elaborada por prisioneros en buques factoría en alta mar o en sótanos oscuros y sin ventilar de Flores o Colegiales o, ya que estamos, Barranquitas Oeste, Barrio Roma o Nueva Pompeya: es vuestro momento. ¿Imaginan las toneladas de vestimentas arruinadas, podridas, con indeleble olor a camalotes en descomposición mezclados con sábalo fermentado al sol y orines de rata? Podrán vender cualquier trapito al precio de un Dior original, con facilidades… Más movilidad social ascendente.

            Las cajeras de grandes cadenas de super e hipermercados le pedirán que donen el vuelto para ayudar a sus compatriotas inundados. Usted, caritativamente, donará la moneda o el billetito que le deben y el super o hipermercado de marras lo donará luego como si fuese de ellos, deduciendo su donación de los impuestos. Más movilidad social ascendente, en este caso del Gerente de Donaciones, o de relaciones públicas, de ese comercio. Los dueños más arriba no pueden moverse ya más arriba de lo que están, a menos que compren algún título de la nobleza austríaca, que es más cara que la italiana o la española según la última cotización.

            Los médicos y las organizaciones encargadas de la salud, importando insecticidas para los mosquitos, veneno para las ratas, gastando millones (no les importa, es su dinero) en cartelería, campañas radiales y televisivas, creando situaciones de alarma contra el dengue, la chikungunya, la esquistosomiasis, la fiebre tifoidea, el cólera, el mal de Chagas y otras fiebres hemorrágicas, y un cuarto de millón de otros males orgánicos que requerirán de lavandina, fumigaciones, toneladas de jabón y otro medio millón de elementos de esterilización y limpieza que podrán ser vendidos por comercios minoristas al precio de Paco Rabanne en frasco chico. Más movilidad social ascendente.

            Ni hablar de males no orgánicos. Se organizarán talleres, simposios, clínicas y picnics de sicólogos y siquiatras, que discutirán los métodos para contener a tanta gente que ha perdido su vivienda, sus bienes, sus recuerdos y – algunos de ellos – algún ser querido. Eventplanners, hoteleros, viaticadores profesionales: Más movilidad social ascendente.

            No voy a hablar de las empresas que se contratarán para arreglar el pavimento, el cablerío y las cañerías públicas, ni de las que se especializan en el monitoreo y arreglo de estructuras hidráulicas, como presas, alcantarillas, canales u otras cositas que se arruinarán, rajarán, pudrirán o morirán.

            Tampoco voy a hablar sobre el entusiasmo con que se moverán las organizaciones, grandes y pequeñas, encargadas de la caridad. Insumirán meses de trabajo en organizar colectas para juntar arroz, fideos, polentas, latas de arveja y esas cosas que comen los pobres, junto con galpones de colchones usados, mantas viejas y chapas de zinc que sobraron del cobertizo que tenemos en el parque para guardar a la guadañadora y al conductor de la misma. Y llevarán contabilidad de cada gramo de cosas que junten en una tarea que debería hacer el estado, orgánicamente.

            A todo esto, ¿Qué pasa con los damnificados, los inundados, aquellos sobre quienes vino bramando el agua? Nada.  Bienvenidos sean. Son unas pocas decenas de miles que darán trabajo a periodistas, funcionarios, comerciantes, productores, artesanos y especialistas en oficios, mecánicos, médicos y otros especialistas de la salud, compañías de seguro, donantes y recolectores de donaciones, contratistas, pronosticadores, dueños de buenos campos y de feed-lots, importadores, exportadores y seguramente muchos de los que me estoy olvidando. Gracias, inundados. Provocarán una verdadera, duradera, jugosa movilidad social ascendente.

El derrame de los ríos es beneficioso. Así se produce el auténtico efecto derrame.       
           

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deje su mensaje, y debajo, su nombre y email.