Docencia “salame” y academia

22/07/2013- Por Marta Gerez Ambertín



Luego de haber hecho pública mi posición crítica en cuanto a diversas tendencias académicas actuales, se ha suscitado una polémica que considero valiosa para el devenir de la transmisión universitaria y de las investigaciones consiguientes. El fluido intercambio posterior ha dado pie a posturas adversas o de apoyo a lo afirmado. Por eso este escrito.

¿Qué dije en el artículo mencionado?[1]
1) Transcribí una nota del diario Estado de San Pablo escrita por Fernando Reinach que planteaba cosas como:
“La «ciencia salame» es la práctica de cortar, como un salame, un único descubrimiento y publicarlo en la mayor cantidad posible de artículos científicos. El científico mejora su currículum y crea la impresión de que es muy productivo. El lector se ve obligado a unir las fetas para entender el todo. Las revistas están repletas. Y evaluar a un científico se hace más difícil. Sin embargo, la “Ciencia Salame” se ha expandido, inducida por la búsqueda obsesiva de un método cuantitativo capaz de evaluar la producción académica (…) ahora los científicos y sus instituciones se evalúan a partir de fórmulas matemáticas que toman en cuenta tres elementos combinados a gusto del cliente: número de artículos publicados, con qué frecuencia estos trabajos han sido citados en la literatura y la calidad de las revistas (medido por la cantidad de citas a los trabajos publicados en esas revistas)”.

2) ¿Qué agregué en aquel momento?
Que la situación de la docencia universitaria argentina era similar. Que era una tontería considerar como buen docente a aquel que: publica decenas de artículos anuales en revistas con referato (que muy pocos leen); presenta trabajos (que muy pocos escuchan) en congresos; dirige becarios (que muy pocos verdaderamente “dirigen”); es jurado de tesinas o tesis (a las que echará una mirada media hora antes de la defensa oral); dirige o participa en investigaciones (que son las mismas de años anteriores pero con nombres distintos); realiza tareas de “extensión” (una conferencia por acá, algún cursito por allá, en fin, todo lo que suene a “extensión”); actúa de referí para distintas publicaciones académicas (leyendo –o diciendo haber leído– artículos que, sabe, muy pocos leerán); evalúa planes de tesis o proyectos de investigación (por lo que no recibe un peso aunque lleve un montón de tiempo hacerlo y que, al igual que con los “referatos”, deberá responder tipo multiple choice); se desespera por ser evaluador de la CONEAU (aunque la misma CONEAU reconozca que uno de los problemas de las evaluaciones que hace sea la falta de preparación en evaluación de sus “pares evaluadores”); en fin, un sinnúmero de actividades que le permiten engrosar un currículum vitae al que debe reformular permanentemente dado que cada agencia gubernamental (CONEAU, CONICET, ANCYP, etc.) no sólo tiene un modelo propio –aunque los datos sean los mismos– sino que lo modifican cada 2 o 3 años vayan los dioses a saber porqué. Lo gracioso respecto a esto es que en un Taller organizado por la CONEAU sobre acreditación de posgrados en diciembre de 2007 habían dicho que una de las “debilidades” del sistema de evaluación era (cito): “la ausencia de un formato único de CV en las distintas dependencias del sistema de educación, ciencia y tecnología”. ¿No es hora de elaborar un tipo de CV que sirva para todos? Y, por sobre todo, ¿no será posible que los formularios sean verdaderamente “amigables” con el pobre que debe llenarlos? Cualquiera que haya tenido la desgracia de enfrentarse a esos formularios sabe las horas que insume: a) aprender a manejar el programa, b) cavilar mucho sobre en cuál de los ítems poner ese curso que dio en 2003, c) ir a los papeles (o inventar) el día que lo dio ya que cuando hizo su currículum puso sólo “2007” o “junio de 2007” pero en el maldito programa hay que poner el día también, pero el curso fue dictado en 3 días “¿qué hago”. Horas y horas en esta idiotez.

3) ¿Qué propuse?
Incorporar a las evaluaciones de los docentes la valoración de los estudiantes sobre su capacidad de transmisión mediante un simple método de encuestas. Al final de cuentas supuestamente son ellos los destinatarios de los avances o retrocesos de sus profesores. Como eso no ocurre, asistimos al contrasentido de un excelente trasmisor desplazado por un acumulador feroz de “antecedentes”. Que me haya doctorado y posdoctorado, que escriba libros, que asista a 40 congresos en el año, que haga 400 evaluaciones de planes de tesis, de investigaciones o de artículos no me convierte en lo que mis alumnos necesitan. El “crecimiento en la carrera docente” debería estar, ante nada, en función de la capacidad de transmisión, ese es el «núcleo» de la docencia… lo demás son papelitos. “La voz del maestro es mucho más decisiva que cualquier libro” decía Platón que tuvo 
–¿alguien puede dudarlo?– al paradigma del “maestro” de Occidente.

4) ¿Qué críticas recibí por esta “desmesurada” propuesta?
I.- Sobre la evaluación estudiantil de sus docentes:
a) Los estudiantes no están en condiciones “académicas” de juzgar o evaluar a sus profesores pues carecen de elementos para hacerlo. Léase: los estudiantes son ignorantes.
b) Un método tal se prestaría a “joditas”, venganzas, “operaciones” de todo tipo, etc. Léase: los estudiantes son chacoteros, vengativos y manipuladores manipulables.
c) El docente acabaría comportándose como el político en época de elecciones: mucha sonrisa, besos y abrazos para todos y todas, promesas de aprobación de la materia a troche y moche. Léase: los estudiantes pueden ser “comprados” con artimañas comiteriles.
d) Introducir un método de evaluación estudiantil de la tarea profesoral sería similar a un “control de calidad” empresario y nada más reñido con lo “universitario” que lo “empresarial”. Léase: la calidad de una enseñanza puede ser evaluada por cualquiera menos por sus destinatarios.

Para acabar con este punto citaré un artículo de Ernesto Villanueva (ex director del CONICET y actual rector interventor de la Univ. Nac. Jauretche) en el blog Debates Universitarios del 18/05/2007: “Si nos preguntamos porqué la escasa participación estudiantil en un debate sobre la universidad que queremos, la respuesta ha de buscársela por el lado de que los canales no sean simplemente verbales sino que permitan que esas voces puedan llegar efectivamente al plano de las decisiones”. Antes de esto había dicho Villanueva: “El sistema electoral indirecto privilegia las componendas de cúpulas y dificulta que la propia comunidad universitaria sepa qué está votando. Obviamente un sistema directo con voto ponderado haría más transparente los mecanismos electorales y dificultaría que los “intermediarios”, que no son otra cosa que una oligarquía universitaria, se repartan los cargos como botín en un festival lastimoso. Más aún, ayudaría a recrear un sistema político universitario que hoy está cruzado por las peores costumbres punteriles y clientelísticos que se pueda imaginar”.
Correcto, es así, aunque Villanueva no diga en ese artículo que gran parte de los dirigentes del movimiento estudiantil forman parte de esa “oligarquía universitaria” que produce ese “festival lastimoso” de repartija de cargos y dineros públicos.
La Universidad no es ajena a las “malas prácticas”, a los acuerdos de “amigos-socios-correligionarios-parientes-etc.”, la diferencia con la “política” es que lo disimula mejor. Allí están para comprobarlo las carreras académicas meteóricas (que en 5 años convierten a un JTP en profesor titular), las cátedras repletas porque su jefe es de la facción mayoritaria en el consejo, los concursos armados para favorecer al “caballo del comisario”, y tantas cosas más que cualquier docente universitario conoce.
Todas esas palabras rimbombantes: claustros, academia, investigaciones, doctorados, evaluaciones, referatos y demás ya no pueden ocultar la urgente necesidad de una 2da. Reforma que verdaderamente democratice la vida universitaria. Lo cual no implica en modo alguno convertir a la universidad en un soviet o en el punto de lanzamiento de la revolución social como pretenden algunos exponentes del Paleolítico Inferior que incorporan a las demandas de los gremios docentes el apoyo a la lucha de los Qom pero nada dicen de concursos docentes amañados o de favoritismos evidentes.

II.- Sobre la importancia de las publicaciones académicas
La crítica principal estuvo referida a la necesidad de evaluaciones objetivas realizadas por evaluadores con trayectoria académica relevante lo cual permitiría publicaciones de “calidad”. Léase: sólo los mejores pueden decidir lo mejor para que una publicación sea (o intente ser) la mejor.
No hay mejor respuesta para este punto que lo señalado respecto a las “debilidades” del sistema por ese taller de CONEAU que mencioné antes: “cierta endogamia en el sistema (evalúan quienes forman parte de él)” lo cual, en las publicaciones “académicas” se traduce por: “vos me evalúas positivamente a mí y yo a vos”. Y no me vengan a hablar del doble ciego y todas esas paparruchas: Google me permite saber en 10 minutos quién escribió qué.
Pero el punto aquí no es toda esta sanata de la evaluación, sino la lectura. ¿Cuál es la importancia verdadera de una publicación que leen unos pocos? No tengo la menor duda que son muchos más los que leen algunas de las publicaciones notables del psicoanálisis local que los que leen una revista universitaria de psicología. Y es que las revistas universitarias no se han hecho para ser leídas, se han hecho para otorgar puntos en el CV a los que escriben en ellas. Así nos encontramos con CV que mentan decenas de “artículos publicados con referato” los cuales, aparte del autor, su familia y amigos, habrán leído poquísimos. Obvio que el “publicador con referato” tiene más puntos que el articulista sin referato que lee (y cita) medio país.
Algo similar ocurre con los Congresos, Jornadas, etc. Es evaluado “mejor” el que presentó un trabajo en Letonia (internacional) que el que lo hizo en Jujuy (nacional). Como si lo “internacional” fuera sinónimo de calidad. Claro que todas estas presentaciones en “eventos internacionales” cuestan un montón de plata, lo mismo que las posgraduaciones hechas en el exterior. Obvio, entonces, que les va mejor “académicamente” a los que disponen de dinero para estos menesteres.
Se me dirá que mucho de los subsidios por “investigación” son utilizados para viajes por congresos o posgraduaciones. Sí, pero ¿es acaso importante otorgar dinero público a alguien para que viaje a Letonia a presentar un trabajo mientras sus ayudantes estudiantiles o auxiliares graduados trabajan por monedas o en un ad honorem camuflado cuando son los que permiten cátedras con 400 o más alumnos? ¿No es más urgente concursar de una buena vez los miles de cargos “interinos” (situación que hace del docente un kelper) que pagar un viaje a Letonia o un posgrado en Harvard? ¿Qué es más necesario para los estudiantes?

¿Son las autoridades nacionales las culpables de esta situación?
Que por primera vez en 200 años se destine más dinero a la educación que al pago de la deuda externa las exime de gran parte de la responsabilidad. Antes que señalarlas con el dedo acusador habría que a) transparentar y b) decidir democráticamente el destino de los fondos otorgados por el gobierno a las universidades. La mentada “autonomía universitaria” debe dejar de ser la pantalla tras la cual se decide (siempre de manera poco clara, siempre a favor de amigos o parientes, siempre en acuerdo de cúpulas) el destino del dinero público. Agrego que esa “autonomía” también sirve para lindezas como frenar la aplicación de una ley (26508) votada por el Congreso.

¿Somos los docentes culpables de esta situación?
NO, porque el sistema nos obliga (si deseamos escalar o mantenernos en la carrera académica) a cumplir con estos requisitos (publicar, investigar, evaluar, doctorarse, etc.); SÍ, porque nada hicimos o hacemos para cambiar este sistema en el cual, junto a los alumnos, somos los primeros perdedores… excepto que pertenezcamos a la minoritaria oligarquía universitaria… allí son todos ganadores.


[1] Ver colaboración publicada por la revista Imago Agenda de mayo: “Producción en docencia ‘salame’” (http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=1967)

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