EL LITORAL - Edición
Online | 28-04-2014 | 16:14
La frase es de María Rosa Almandoz, actual
secretaria de Planeamiento de la Universidad Tecnológica Nacional. Ella entiende
que en la formación de profesionales deben considerarse factores que exceden
largamente los empresariales.
Por Mariano Bravi
Hoy hay
que remontar una larga cuesta pero se parte de algunas coincidencias. La falta
de profesionales de la ingeniería y en áreas de informática es señalada tanto
desde el Estado como del sector privado. Está vinculada a la foto de un país
con industrias cerradas y pocas perspectivas. La licenciada María Rosa
Almandoz, ex directora ejecutiva del Instituto Nacional de Educación
Tecnológica (Inet) y actual secretaria de Planeamiento de la Universidad
Tecnológica Nacional abrió el año académico en la UTN Santa Fe y brindó en una
entrevista definiciones tajantes sobre la formación de tecnólogos y
profesionales de la ingeniería en nuestro país.
—¿Por qué se llega a esta situación de falta de profesionales en algunas áreas?
—¿Por qué se llega a esta situación de falta de profesionales en algunas áreas?
—El
argumento de los años ‘90 era: ¿para qué vamos a formar técnicos si no tienen
adónde ir a trabajar? Pero la formación de técnicos demanda 12 años, 25 para un
ingeniero. Entonces tiene que haber una mirada que sea más inteligente que la
foto. Formar a un profesional requiere de una película. No se trata de sacar
una foto o de adivinar qué cosas van a pasar dentro de 15 años. El destino de
la Argentina depende de las políticas públicas en el campo educativo. También
debería existir la responsabilidad de parte de las empresas para tener su
propia política de recursos humanos. Porque nos exigen torneros, soldadores,
oficios que, según ellos, se perdieron y fueron ellos los que optaron por descualificar
a la gente. Porque una empresa, que frente a una situación económica retractiva,
tiene como primera reacción despedir a su personal, es una empresa que no
piensa en el futuro.
—Años atrás se instaló el tema de adecuar la
formación preguntándole al sector empresario: ¿qué necesita? ¿Este es un camino
correcto para encarar la falta de ingenieros?
—Esa es una mirada simple y absolutamente ingenua. Es
pensar muy chiquito. Hoy están egresando de carreras de ingeniería, la mayoría
son de universidades nacionales públicas, unos 4.500 a 4.600 profesionales por
año. De ese total de ingenieros es altamente probable que no más del 40 por
ciento pase a trabajar en relación de dependencia de esas empresas. En los
últimos 10 años, las importantes inversiones en obra pública han empleado un
alto porcentaje de los ingenieros formados. Otro porcentaje significativo de
egresados encara el desarrollo de su propia empresa; creándola o sosteniendo la
reapertura de pymes cerradas en los años ’90.
Hay
que hablar con el sector empresario, pero no en una relación ingenua. Pensar en
formar ingenieros para la productividad empresaria es algo que debería hacer la
misma empresa. Una universidad forma profesionales para el país, para su
desarrollo social y su crecimiento económico.
—¿Cuál
sería el otro paradigma que se opondría a este de formar a demanda del sector
empresarial?
—Nuestro sistema.
Prácticamente más del 80 por ciento de la formación de estos perfiles:
técnicos, tecnólogos, profesionales graduados y posgraduados, se financian con
fondos públicos. Brasil tiene un sistema muy importante de formación pero más
del 60 por ciento lo financia el sector industrial. En la Argentina, en la
mitad del siglo XX, una importante inversión de fondos públicos estuvo
destinada no sólo a programas de investigación y desarrollo dentro de las
universidades nacionales, sino a crear organizaciones e institutos sectoriales
específicos. Hoy son reabiertos o fortalecidos, pero son creados en los años
40, 50, son productos de políticas públicas y significaron un espaldarazo
fuertísimo al desarrollo industrial y la creación de empleo.
—¿No se puede caer en formar profesionales que no
tengan cabida en el mercado?
—Para el Banco
Interamericano de Desarrollo o el Banco Mundial esto puede ser casi un pecado
original, tirar el dinero público; se considera mal negocio económico para un
país sobrecualificar a su población, es decir, formar más de aquello que
requiere la estructura laboral. Pero desde una perspectiva de desarrollo
integral del país, no se me ocurre pensar que la sobrecualificación sea un
error estratégico, porque ¿cómo se crean las empresas? Si uno dijera: Argentina
tiene un número de empresas suficientes en todo el territorio nacional, no
precisa más industrias, están bien distribuidas, todas tienen trabajo. En ese
caso no se necesitaría sobrecualificar. Pero en un país que tiene que
desarrollar territorio, ¿quién va a desarrollar si no sobrecualificás? Si vas a
formar sólo para lo que hay, no alcanza. ¿Quién desarrolla la base empresarial
en provincias que no tienen todavía un desarrollo económico o están buscando
cuál es la cadena productiva estratégica de la provincia?
—¿Cuáles son los grandes errores en la formación de
técnicos o ingenieros?
—No sé si puede hablarse de
errores, pero sí hay algunos temas sobre los cuales conviene volver a pensar.
Uno de ellos es pensar el nivel secundario sólo en su valor preparatorio para,
cuando en la Argentina la mayoría de los jóvenes no llegan a la universidad. El
nivel de educación secundario tiene que fortalecer sus propósitos formativos
específicos; éste es uno de los criterios que orientó la recuperación de las
escuelas técnicas industriales y agropecuarias. Es también desacertado pensar
que la economía argentina está asentada homogéneamente en la innovación
tecnológica. Un importante sector productivo regional aún mantiene formas de
producción artesanales y procesos de trabajo de hace 40 años atrás. El sector productivo
con alta incorporación de innovación tecnológica se encuentra concentrado
principalmente en cuatro provincias argentinas. El resto, son territorios o
regiones en los cuales el desarrollo estratégico económico aún es un desafío a
afrontar. Entonces ¿cuál es la decisión inteligente y apropiada en términos de
qué ingeniero hay que formar? Según cómo se responda esta pregunta, pueden
adoptarse criterios diferentes para definir la trayectoria formativa.
—¿Cuál es el gran desafío de la formación del ingeniero?
—Quizás convenga repensar algunas tendencias
instaladas en el escenario de la cooperación internacional. Por ejemplo, la
tendencia de acortar las carreras de grado de ingeniería para formar un
ingeniero generalista. Que las especializaciones se realicen en el nivel de
posgrado. Tiene sus ventajas: al momento de egresar, su título le permita acceder
plenamente al alcance profesional, y que la continuación de su desarrollo
profesional sea en el mundo real del trabajo. Sí hay que asegurar una cosa: elevar mucho la calidad de formación
en las disciplinas básicas. No se trata sólo de la formación vinculada con la
especialidad en términos de fundamentos, sino aquella que le va a permitir
dialogar con niveles crecientes de innovación o cambios tecnológicos. Hoy la
innovación tiene un valor económico altísimo. Entonces hay una cierta
inclinación por el valor económico al pensar en tecnologías disruptivas en
lugar de mejoras continuas de la tecnología. Porque el negocio está en
sustituir una tecnología por otra. Esto plantea un gran desafío ético profesional
en la formación de ingenieros.
Transferencia
de tecnología
“Nosotros tenemos muy naturalizado que el
Estado es el responsable de esto. El sector privado empresario descansa en que
eso es así. Estoy de acuerdo con que hay que hacer la transferencia de
conocimiento científico-tecnológico de un ámbito público al sector privado si
estamos hablando de Pymes que trabajan y se desarrollan en sectores estratégicos
en territorios necesarios. Pero no estoy de acuerdo en favorecer con esta gran
transferencia de fondos públicos al sector privado cuando son empresas
trasnacionales y tienen sus propias políticas de investigación.”
¿Quién
es?
María Rosa Almandoz es licenciada en Ciencias de la Educación de la UBA. Fue directora ejecutiva del Inet. Ha sido directora nacional de Investigación y Desarrollo del Ministerio de Educación, directora general de planeamiento de la Secretaría de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, subsecretaria académica de postgrado en el rectorado de la Universidad Tecnológica Nacional. Ha sido docente en la UBA y la Universidad de Luján. Desarrolló investigaciones específicas en las áreas de calidad de la educación, condiciones laborales de los docentes y formación técnico profesional de estudiantes. Es autora de numerosas publicaciones sobre las temáticas de referencia.
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