(por Piolín
de Chorizo, docente de la FICH, sin licencia para matar)
Aquí,
mis queridos lectores, amigos y vecinos, se me puso agria la sangría de vino de
la casa, el champú con o sin deosterale o lo que fuese me dejó pelado, la leche
de vaca contenta se transformó en ricota ácida y mis escasas alegría y bonhomía
fueron puestas en jaque.
Con
un sonido de fondo igual a una fritanga de algo mojado con agua, los antiguos
parlantes del Geloso rescatado por Tomatito de las codiciosas garras de algún
pariente comenzaron a desgranar una suerte de diálogo – espeluznante en algunos
tramos – que retrotrajo mi memoria y mis sentimientos a lo peor de las épocas
más oscuras de una historia que nosotros, los dinosaurios setubaleros,
quisiéramos olvidar pero no podemos.
Como
les dije, queridos destinatarios de mis destilados, la cinta parecía tener en
su ferrita el testimonio grabado de lo que creí era la continuación de una
reunión anterior después de un cuarto intermedio (según interpretación del
actual Director del Departamento de marras). Interpretación cuestionada por la
Gestión (o un ex integrante de la misma, no lo tengo claro), que sugirió que la
reunión anterior estaba saldada y que ésta era una nueva.
Pero
resulta que no estaba saldada: había cuestiones que habían quedado pendientes,
firmas estampadas en un apuro tal que no pudieron ser meditadas y que se
querían retirar del acta, y que todo se resumía en la corrección de algún error
menor que se hubiese cometido en la votación
para la elección de un representante auxiliar (problema bastante pavote,
parece).
Alguien
propuso que se leyera el acta anterior, otro alguien propuso la lectura del
acta y un ex decano, haciendo gala de un desconocimiento muy profundo e
incuestionable del reglamento, dijo que proponía una “moción de orden”: la
reunión había sido citada para votar un representante auxiliar, se cometieron
errores, se salvan y el o la elegida ya están elegidos. Y, aplicando su
característica prepotencia, acompañada
de una voz estentórea y de modales para nada eclesiásticos, aclaró a la amable
concurrencia que las cosas se hacían así o se iba. Tenía otras cosas más
importantes en su agenda, parece.
Ahí
quedé intrigado. ¿Qué quiso decir este amable ex decano con “moción de orden”?
Rata de biblioteca como soy, me encontré con las siguientes definiciones:
Una
Moción de Orden puede tratarse de:
1) Que se levante la sesión.
2) Que se pase a cuarto intermedio
. 3) Que se declare libre el
debate.
4) Que se cierre el debate.
5) Que se pase al orden del día.
6) Que se trate una cuestión de privilegio.
7) Que se aplace la consideración de un asunto
pendiente por tiempo determinado o indeterminado.
8) Que el asunto se envíe de vuelta a comisión.
9) Que la asamblea se constituya en comisión.
10) Que la asamblea se aparte de las
prescripciones del reglamento en puntos relativos a la forma de discusión de
los asuntos.
Señor ex decano, permítale expresar una
recomendación a un viejo dinosaurio que asistió en su infancia a más asambleas
y debates de las que usted fue en su vida. No ladre “moción de orden” para que
se haga lo que usted quiera o suponga correcto, o porque usted tiene urgencia
en cumplir con su agenda. A una moción de orden por el tema 5 puede oponérsele
una por el tema 3, o cualquier otro, y usted va a terminar irremediablemente
atrasado en su breviario. La prepotencia no es generalmente bien vista cuando
se está en una reunión donde se pretende establecer un diálogo.
Pero no. La moción de orden fue aullada como para
aclarar definitivamente, tajantemente, concluyentemente, que acá se hace lo que
yo quiero o me voy. Acá no se discute.
Acá se siguen las normas de la democracia y la convivencia sólo si a mí me
convienen, y ni ahora me importa ni antes me interesó mantener una ficción de
debate, consenso y acuerdo. Se vota ahora,
ahora y ahora. Y se firma el acta tal como está, aunque pueda demostrarse
que, conscientemente o no, en la misma se haya dicho “por consenso” en lugar de
decir “por mayoría”, desconociendo la existencia de las minorías. Curiosa
costumbre, ¿no?
Visualícenlo, queridos lectores, como una especie
de berrinche pueril, pateando el piso y tirando el plato de papilla al piso,
pero no se engañen. No fue un berrinche ni fue pueril, ni fue la papilla lo que
se tiró al carajo.
Planteadas de esa manera las condiciones de la
¿reunión? ¿asamblea? la gente empezó a querer irse: la postulada por la gestión
como directora del departamento, y alguien más que no he identificado.
Al final se votó por la representante auxiliar,
con un 36% de abstenciones.
Hubo también una intervención llamativa de otra
ex integrante de la Gestión, una ex secretaria académica famosa por su
gentileza y donaire a la hora de encarar a los que no piensan bien, como una.
Acusó al actual director del departamento (no sé si todavía lo es) de querer
perpetuarse en el poder para poder solucionar solamente los problemas que a él
le interesaban.
Me resulta muy llamativo. Una ex gestora, y según
se rumorea en los pasillos, real dueña de todos
los contratos que se manejan en esta Alta Casa de Estudios (recordemos que la
FICH está en la órbita de la UNL, Un Negocio Lucrativo) acusa a otro de no
querer abandonar una situación de poder: ¡la dirección de un departamento! Se
me ocurre un lobo acusando a un cordero de ser un dragón.
El resto es ruido a fritanga, cuestiones
formales, charla casi civilizada. Y una vez terminada, la cinta se autodestruyó
después de cinco segundos. Menos mal que había guardado una copia digital.
Y, acompañado de mi sangría agria, me puse a
pensar en Foucault. Y en el poder.
El poder no es considerado como un objeto que el individuo
cede al soberano (concepción contractual jurídico-política), sino que es una
relación de fuerzas, una situación estratégica en una sociedad en un momento
determinado. Por lo tanto, el poder, al ser resultado de relaciones de poder,
está en todas partes. El sujeto está atravesado por relaciones de poder, no
puede ser considerado independientemente de ellas. El poder, para Foucault, no
sólo reprime, sino que también produce: produce efectos de verdad, produce
saber, en el sentido de conocimiento.
Michel Foucault destaca el levantamiento de un biopoder que
impregna el pretérito derecho de vida y muerte que el soberano se arrogaba y
que intenta convertir la vida en objeto utilizable por parte del poder. En este
sentido, la vida sistematizada, esto es, convertida en sistema de análisis por
y para el poder, debe ser protegida, transformada y esparcida.
Foucault distingue dos técnicas de biopoder que surgen en los siglos XVII y XVIII; la primera de ella es la técnica disciplinaria o anatomía política, que se caracteriza por ser una tecnología individualizante del poder, basada en el escrutar en los individuos, sus comportamientos y su cuerpo con el fin de anatomizarlos, es decir, producir cuerpos dóciles y fragmentados. Está basada en la disciplina como instrumento de control del cuerpo social, penetrando en él hasta llegar hasta sus átomos: los individuos particulares. Vigilancia, control, intensificación del rendimiento, multiplicación de capacidades, emplazamiento, utilidad, etc. Todas estas categorías aplicadas al individuo concreto constituyen una disciplina anatomopolítica. El segundo grupo de técnicas de poder es la biopolítica, que tiene como objeto a poblaciones humanas, grupos de seres vivos regidos por procesos y leyes biológicas. Esta entidad biológica posee tasas conmensurables de natalidad, mortalidad, morbilidad, movilidad en los territorios, etc., que pueden usarse para controlarla en la dirección que se desee. De este modo, según la perspectiva foucaultiana, el poder se torna materialista y menos jurídico, ya que ahora debe tratar respectivamente, a través de las técnicas señaladas, con el cuerpo y la vida, con el individuo y la especie. Para el autor, el desarrollo del biopoder y sus técnicas constituyen una verdadera revolución en la historia de la especie humana, ya que la vida está completamente invadida y gestionada por el poder. Los efectos del biopoder hicieron que las sociedades se volvieran normalizadoras, usando como pretexto la ley, y las resistencias a dicho poder entraron al campo de batalla que éste delimitó previamente, ya que se centraron justamente en el derecho a la vida, al cuerpo, desplazando a otros objetos de luchas.
Foucault distingue dos técnicas de biopoder que surgen en los siglos XVII y XVIII; la primera de ella es la técnica disciplinaria o anatomía política, que se caracteriza por ser una tecnología individualizante del poder, basada en el escrutar en los individuos, sus comportamientos y su cuerpo con el fin de anatomizarlos, es decir, producir cuerpos dóciles y fragmentados. Está basada en la disciplina como instrumento de control del cuerpo social, penetrando en él hasta llegar hasta sus átomos: los individuos particulares. Vigilancia, control, intensificación del rendimiento, multiplicación de capacidades, emplazamiento, utilidad, etc. Todas estas categorías aplicadas al individuo concreto constituyen una disciplina anatomopolítica. El segundo grupo de técnicas de poder es la biopolítica, que tiene como objeto a poblaciones humanas, grupos de seres vivos regidos por procesos y leyes biológicas. Esta entidad biológica posee tasas conmensurables de natalidad, mortalidad, morbilidad, movilidad en los territorios, etc., que pueden usarse para controlarla en la dirección que se desee. De este modo, según la perspectiva foucaultiana, el poder se torna materialista y menos jurídico, ya que ahora debe tratar respectivamente, a través de las técnicas señaladas, con el cuerpo y la vida, con el individuo y la especie. Para el autor, el desarrollo del biopoder y sus técnicas constituyen una verdadera revolución en la historia de la especie humana, ya que la vida está completamente invadida y gestionada por el poder. Los efectos del biopoder hicieron que las sociedades se volvieran normalizadoras, usando como pretexto la ley, y las resistencias a dicho poder entraron al campo de batalla que éste delimitó previamente, ya que se centraron justamente en el derecho a la vida, al cuerpo, desplazando a otros objetos de luchas.
Así, pues,
queridos chichipíos, amigos y vecinos, ¿podríamos hacer un análisis foucaltiano
de lo que está pasando? ¿Es nuestro colectivo un cuerpo que es fragmentado,
analizado, anatomizado, disciplinado, vigilado, controlado, con controles de
rendimiento, emplazado?
¿Se nos controla
y dirige en la dirección que el poder desea?
No sé qué
contestar. Sí sé que nuestro cuerpo rector, el Consejo Directivo, sigue siendo
un conjunto de gatitos dorados levantadores de manos que no saben o no quieren
saber lo que se trata; podrá haber alguna excepción.
Otra cosa sé, y
la pongo en consideración a los lectores de estos destilados. El schreiderato
se caracterizó por la violencia, la intemperancia, los insultos a la
inteligencia y a las personas, el pensamiento único, el clientelismo, la
intolerancia y, en definitiva, el ejercicio más descarnado del poder.
Ahora está Raúl.
Raúl, si me estás leyendo: pasaron dos años, en los que contaste con nuestro
casi silencio, pero no hemos dejado de observar y analizar.
Antes éramos
recibidos con gritos, y ahora con una sonrisa y una mirada reflexiva.
Antes no podíamos
opinar, y ahora parece que podemos. Prometiste seguir con la misma gestión,
dejando las cosas que estaban bien y mejorando las que se debían mejorar.
Pero, Raúl, no se
nos escapa que lo que antes era un puño de acero dentro de un guante de piedra,
sigue siendo un puño de acero envuelto en una sonrisa.
Los mecanismos
definidos por Foucault siguen vigentes, desde ya hace mucho, y no nos
conformaremos con soluciones cosméticas.
Queridos amigos,
ahora y desde hace mucho, van por todo y por todos. Contratos a destajo,
claramente clientelares; nombramientos a dedo en cátedras que intentaban
mantenerse limpias; la dirección de los departamentos a cargo de miembros de la
corte y tantos otros síntomas que nos golpean a la puerta: vienen por nosotros.
NO podemos negar
la existencia de la democracia, pero a flor de piel. Por abajo, pugnando por
salir y a veces lográndolo, está el poder real, puro y simple.
Por favor,
amigos, parientes, vecinos, colegas. No podemos echar todo por la borda.
No podemos porque
permanentemente pasan cosas que nos las recuerdan.
Actitudes, mis amigos, que
cualquier desprevenido podría tomar por errores o descuidos pero que no lo son.
Asombro, porque la
indolencia o la ignorancia, o ambas, generalizadas, permiten que, al igual que
Shylock, se sigan cobrando su libra de carne no una vez, como pretendía el
mercader de Venecia, sino una y otra vez, al menor descuido, sin piedad, sin
perdón y sin hipocresía. Carne cercana al corazón.
Esto no es un llamado a un
levantamiento. Simplemente es un llamado a la reflexión. Como se habrán dado cuenta,
me gusta Shakespeare. He nombrado a Shylock y su libra de carne. También podría
nombrar a Yorick: no seamos un bufón con cuya calavera meditan los Príncipes, o
a los amantes de Verona (resumen no autorizado: dos adolescentes se enamoran,
terminan todos muertos, todo en tres días).
Y, queridos amigos,
brindemos este año por la felicidad, prosperidad y conocimiento para todos y
todas; brindemos mirando para arriba y
no seamos como los chanchos que no saben nada de aviones por no torcer el cogote.
¡Salud!
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